Pedro Antonio Peña era mi hijo. Un día de 2002 se fue a Calamar, (Guaviare), donde había encontrado trabajo. A los dos meses de haberse ido, me envió 200.000 pesos para sus tres hijos, a los que estábamos cuidando entre las abuelitas. Después de esto, nunca más supe de él. Pienso que lo desaparecieron, porque ya son casi quince años de haberse perdido de esta manera y de no llamarme, ni decirme nada.
No hay un día que no piense en mi hijo, sangre de mi sangre, ya sea preparando la comida, un 24 de diciembre o un año nuevo siempre me pregunto lo mismo: ¿dónde está? Era muy conocido en la región y por ello pregunté y pedí información sobre su paradero en muchos lugares. Pero nada, nunca encontré nada.
Mi esperanza es que no haya más madres que tengan que sufrir, desvelarse noche tras noche y llorar a sus hijos desaparecidos a la fuerza.
María Inés Peña, Villavicencio