“Cada poema y cuento es un puerto donde he transitado, es un árbol que me ha oxigenado, es un faro que me alumbra la senda por donde sigo avanzando”. La voz de David Ravelo es fuerte y optimista a pesar de que son ya 2.252 días los que lleva encarcelado. Un “¡qué alegría verles!” y un abrazo fuerte que nos regala cuando le visitamos dan paso, en seguida, a leernos orgulloso los cuentos y poemas que las horas sin reloj le hacen convertirse en un auténtico narrador de historias.
Sus historias hablan de la constancia, de la injusticia, de la añoranza, de la esperanza…, y mientras se adentra en sus pensamientos más íntimos, un murmullo ruidoso de personas y platos revolotea alrededor del pequeño espacio donde se halla -que hace las veces de oficina, pasillo y entrada de la cocina- para devolverle a la realidad irreal que habita desde hace seis años.
Lea más sobre los procesos judiciales y las irregularidades en el caso de David Ravelo
Le encontramos sentado bajo una pequeña librería que cuelga de la pared y que ha ido recopilando a lo largo de los años, y frente a un computador portátil con quien confiesa sus más íntimos pensamientos. Sonríe, su piel es tersa y su frente brilla. Recién operado de unas cataratas, sus ojos reflejan felicidad por disfrutar, de nuevo, con las palabras que cada día hila con dedicación y constancia. La cárcel no le ha impedido dejar de cultivarse ni construirse. A cada rato se reúne con autoridades, funcionarios, sindicalistas, defensores y defensoras de derecho humanos… Y con toda la gente proyecta, crea, imagina, resuelve, estudia, medita, dialoga… Demasiados verbos que se amontonan entre los muros altos y sin ventanas de su patio -una palabra que miente y engaña a quien está bajo su techo y donde el aire, removido por un ventilador que no ventila, se hace denso por momentos hasta asfixiar el alma. Este defensor incansable de los derechos humanos lleva seis años sin ver la luna y se pregunta, casi angustiado, si aún conserva la luz con la que la recuerda. “¡Pues justo anoche estaba llena, David, y brillaba radiante desde lo alto, reflejándose traviesa en el Magdalena Medio y saludando al universo con una de sus sonrisas!”, le digo sin decirlo en voz alta mientras empatizo por lo jodido que tiene que ser estar tanto tiempo encerrado como preso político. Pero enseguida cambia de tema, como si la costumbre de los días hicieran perder el sentido de lo que hay fuera, y conversamos de Séneca, Neruda, Marcos Ana, Almudena Grandes, Lenin, Viktor Frank… Leer y escribir se han convertido en su yoga constante que le sirve para sacudir la injusticia en la que vive, y quizás por ello no se muestre triste, ni frustrado, ni enfermo de libertad. Aunque no por ello, a veces, se sienta de color gris. Como este pasado ocho de diciembre, que ya ha sido el séptimo que no lo pasa con su familia (un día especial para Colombia en el que se celebra “la noche de las velas” para conmemorar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y el inicio de la festividad navideña). Lo dice su agenda que él mismo se ha creado donde apunta los detalles de su cautiverio convertido ya en un número de cuatro cifras. Y frunce el ceño y su boca fina, y exclama: “¡estoy entre rejas sin pruebas porque la Fiscalía demostró que la que tienen contra mí mintió!”. David no duda de su libertad, lo que le da ánimos para continuar en su aguante y en su actitud positiva frente a la vida porque “vivir es sufrir, pero sobrevivir es encontrar el sentido al sufrimiento”, parafrasea con una sonrisa digna de admiración que apunto rápido en mi libreta cual consigna y subrayo para no olvidar. David se empeña en seguir construyendo la paz incluso entre rejas. Ha presentado un proyecto al centro penitenciario con tres artistas que quiere desarrollar entre sus compañeros y para el que está buscando fondos. Pretende abordar un área psicosocial; otra productiva, creando una panadería; y otra artística en la que quien quiera pueda desarrollar la curiosidad y la imaginación en pro de la paz colectiva. Y como si el propósito le hubiera brotado en ese mismo momento, David explica sus ideas, pero sin ser suyas solamente, porque lo que busca es avanzar en comunidad. Él, incansable, nos sigue leyendo. Quiere desvelarnos la introducción de “Viaje desde el fondo de la incertidumbre”, un libro que narrará su biografía y que comienza cerca de Mompóx, en una casa de techo de palma y paredes de barro, donde su mamá se empeñó en darle a luz, incluso bajo el pronóstico del médico que le aconsejó que ni siquiera se quedase embarazada. Pero David sonríe al pensar en ese médico y en su confundida afirmación para dar a entender que él no es alguien que haga caso a las señales imperfectas y que prefiere, por el contrario, seguir su propio rumbo incluso a contracorriente, así tenga la presión y la fuerza como la del río Magdalena a su paso por Barrancabermeja. Se acerca la hora del almuerzo y un olor a guiso rico sale disparado de la cocina y nos rodea, recordándonos que quizás ya es hora de marcharnos. No sé cuánto tiempo hemos estado conversando, medir el tiempo sin reloj es incierto, y aunque pudiera parecer que ahí dentro -entre esos muros altos y sin ventanas donde el aire se condensa y parece solidificarse- el tiempo no importa, la libreta de David revela que sí, que los días se hacen eternos mientras esperas lo inesperado. Quiero seguir escuchando sus historias. No me quiero marchar. Incluso el calor, que ya ha conseguido que mi ropa se me pegue por todos lados, no me resulta incómodo. Ni siquiera he terminado el tinto (café) que un amable compañero de celda me ha servido, y hasta el ventilador que antes me parecía no ventilar, ahora siento que hace su función y casi que me agrada. Pero es hora de despedirnos, aunque ya quiero volver. Y volveremos, como cada semana venimos haciendo durante tus años en prisión, para visitarte, compartirnos y hacer que tus 2.252 días también sean los nuestros, David.
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Le encontramos sentado bajo una pequeña librería que cuelga de la pared y que ha ido recopilando a lo largo de los años, y frente a un computador portátil con quien confiesa sus más íntimos pensamientos. Sonríe, su piel es tersa y su frente brilla. Recién operado de unas cataratas, sus ojos reflejan felicidad por disfrutar, de nuevo, con las palabras que cada día hila con dedicación y constancia. La cárcel no le ha impedido dejar de cultivarse ni construirse. A cada rato se reúne con autoridades, funcionarios, sindicalistas, defensores y defensoras de derecho humanos… Y con toda la gente proyecta, crea, imagina, resuelve, estudia, medita, dialoga… Demasiados verbos que se amontonan entre los muros altos y sin ventanas de su patio -una palabra que miente y engaña a quien está bajo su techo y donde el aire, removido por un ventilador que no ventila, se hace denso por momentos hasta asfixiar el alma. Este defensor incansable de los derechos humanos lleva seis años sin ver la luna y se pregunta, casi angustiado, si aún conserva la luz con la que la recuerda. “¡Pues justo anoche estaba llena, David, y brillaba radiante desde lo alto, reflejándose traviesa en el Magdalena Medio y saludando al universo con una de sus sonrisas!”, le digo sin decirlo en voz alta mientras empatizo por lo jodido que tiene que ser estar tanto tiempo encerrado como preso político. Pero enseguida cambia de tema, como si la costumbre de los días hicieran perder el sentido de lo que hay fuera, y conversamos de Séneca, Neruda, Marcos Ana, Almudena Grandes, Lenin, Viktor Frank… Leer y escribir se han convertido en su yoga constante que le sirve para sacudir la injusticia en la que vive, y quizás por ello no se muestre triste, ni frustrado, ni enfermo de libertad. Aunque no por ello, a veces, se sienta de color gris. Como este pasado ocho de diciembre, que ya ha sido el séptimo que no lo pasa con su familia (un día especial para Colombia en el que se celebra “la noche de las velas” para conmemorar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y el inicio de la festividad navideña). Lo dice su agenda que él mismo se ha creado donde apunta los detalles de su cautiverio convertido ya en un número de cuatro cifras. Y frunce el ceño y su boca fina, y exclama: “¡estoy entre rejas sin pruebas porque la Fiscalía demostró que la que tienen contra mí mintió!”. David no duda de su libertad, lo que le da ánimos para continuar en su aguante y en su actitud positiva frente a la vida porque “vivir es sufrir, pero sobrevivir es encontrar el sentido al sufrimiento”, parafrasea con una sonrisa digna de admiración que apunto rápido en mi libreta cual consigna y subrayo para no olvidar. David se empeña en seguir construyendo la paz incluso entre rejas. Ha presentado un proyecto al centro penitenciario con tres artistas que quiere desarrollar entre sus compañeros y para el que está buscando fondos. Pretende abordar un área psicosocial; otra productiva, creando una panadería; y otra artística en la que quien quiera pueda desarrollar la curiosidad y la imaginación en pro de la paz colectiva. Y como si el propósito le hubiera brotado en ese mismo momento, David explica sus ideas, pero sin ser suyas solamente, porque lo que busca es avanzar en comunidad. Él, incansable, nos sigue leyendo. Quiere desvelarnos la introducción de “Viaje desde el fondo de la incertidumbre”, un libro que narrará su biografía y que comienza cerca de Mompóx, en una casa de techo de palma y paredes de barro, donde su mamá se empeñó en darle a luz, incluso bajo el pronóstico del médico que le aconsejó que ni siquiera se quedase embarazada. Pero David sonríe al pensar en ese médico y en su confundida afirmación para dar a entender que él no es alguien que haga caso a las señales imperfectas y que prefiere, por el contrario, seguir su propio rumbo incluso a contracorriente, así tenga la presión y la fuerza como la del río Magdalena a su paso por Barrancabermeja. Se acerca la hora del almuerzo y un olor a guiso rico sale disparado de la cocina y nos rodea, recordándonos que quizás ya es hora de marcharnos. No sé cuánto tiempo hemos estado conversando, medir el tiempo sin reloj es incierto, y aunque pudiera parecer que ahí dentro -entre esos muros altos y sin ventanas donde el aire se condensa y parece solidificarse- el tiempo no importa, la libreta de David revela que sí, que los días se hacen eternos mientras esperas lo inesperado. Quiero seguir escuchando sus historias. No me quiero marchar. Incluso el calor, que ya ha conseguido que mi ropa se me pegue por todos lados, no me resulta incómodo. Ni siquiera he terminado el tinto (café) que un amable compañero de celda me ha servido, y hasta el ventilador que antes me parecía no ventilar, ahora siento que hace su función y casi que me agrada. Pero es hora de despedirnos, aunque ya quiero volver. Y volveremos, como cada semana venimos haciendo durante tus años en prisión, para visitarte, compartirnos y hacer que tus 2.252 días también sean los nuestros, David.
Silvia Arjona Martín (Brigadista en PBI Colombia)