Estas son las historias de algunas personas que, si bien reflejan la heterogeneidad colombiana, están unidas, como pueblo diverso, en el dolor causado por los atropellos del conflicto armado, y en la esperanza de una paz verdadera y duradera.
Una noche, Isabelino Valencia, Doña Flora y Ruqui Ruqui, tres líderes considerados como guías, grandes historiadores y luchadores del pueblo nayero, nos compartieron chistes, cuentos e historias transmitidos por los mayores desde la tradición oral, como una forma de conservar la memoria del territorio.
San Francisco fue el primer pueblo del Naya, y su historia remonta a muchos siglos atrás. Es una zona minera muy rica, sobre todo en oro. Cuando la noticia de sus riquezas naturales llegó al oído de los colonos europeos, empezaron las primeras explotaciones. Anteriormente la cuenca del río Naya estaba habitada por pueblos indígenas, pero a partir del 1775 la población local se redujo a causa de las persecuciones, y comenzó la llegada de personas procedentes del continente africano, quienes fueron sometidas al trabajo forzado en las minas bajo el comando de un esclavista español.
“Nuestros ancestros no eran esclavos; fueron esclavizados, eso sí”, comenta Isabelino. San Francisco se convirtió así en uno de los centros de explotación minera principal en esa época. A pesar de la abolición de la esclavitud en Colombia en el 1851, la gente siguió siendo explotada en la minería. La población afronayera se dispersó por toda la región para rehacer sus vidas, mientras que el territorio se formalizó como Municipio del Gran Cauca en el 1883.
“Nuestro pasado procede de las decenas de países africanos que fueron sometidos por el colonialismo, pero nuestro presente es aquí donde nacimos; desplazar nuevamente a las personas que viven en la Cuenca, significa volver a repetir los mismos abusos de hace siglos, negando la posibilidad de que el futuro siga siendo colombiano”, añade Doña Flora.
La resiliencia cultural que caracteriza al pueblo nayero se ha manifestado en muchas ocasiones. El logro más reciente fue la titulación colectiva para el reconocimiento de los derechos territoriales de los pueblos afro e indígenas del Naya, después de 16 años de una batalla judicial.
Después de los desplazamientos en Buenaventura debido a la incursión paramilitar del 2001, las personas han vuelto a sus propias casas. “Sabíamos que la pesadilla no iba a acabarse, así que decidimos construir unos refugios, para no volver a ser desplazados. En el 2008, durante los enfrentamientos armados, nos refugiamos en estos espacios; la gente se quedaba aquí por semanas, pero una vez terminados los tiroteos, volvíamos a nuestras casas”. Algunos de estos refugios serán convertidos en aulas por la Universidad de la Paz.
Hoy en día, en el Naya permanecen prácticas tradicionales como la extracción minera artesanal o “barequeo”. El río Naya es uno de los pocos en la zona que no han sido afectados por la locomotora minera, la gente puede pescar y bañarse en este río.
Delphine y Mario escribieron las historias de la bella locura después de un viaje al río Naya en junio de 2016. En este viaje conocieron mujeres y hombres indígenas, afrodescendientes y campesinos de distintas regiones de Colombia y pudieron presenciar la apertura de la primera sede de la Universidad de la Paz, una iniciativa que busca generar propuestas para la paz desde los territorios.