“¡Si está sentada, levántese porque me dieron la libertad!”. Así le anunciaba por teléfono el economista y defensor de derechos humanos, David Ravelo Crespo, a su mujer que le habían concedido la libertad condicionada tras casi siete años en la cárcel[1]. La forma de anunciarlo contrarrestaba con la que le dio cuando le encarcelaron: “si está de pie, siéntese porque me han detenido”.
Entre una y otra llamada han pasado muchos años y ahora, tanto el mensaje como el ánimo del mensajero han cambiado de forma y de fondo. Y no es para menos porque al final su caso será revisado por un Tribunal de Justicia Transicional después de que le condenaran a 18 años de prisión por ser acusado de homicidio agravado basándose en testimonios de paramilitares desmovilizados; los mismos a los que David Ravelo denunciaba por casos de violaciones de derechos humanos en Barrancabermeja, los mismos que le amenazaron de muerte en innumerables ocasiones. Por todo ello, tras llamar a su mujer vinieron un sin fin de otras llamadas más, incluida a PBI, para contarles de viva voz la buena nueva.
Reinaldo Villalba: "El caso de David Ravelo se presenta a la JEP en calidad de inocente" (junio de 2017)
“¿¡Que, qué!?”. El equipo de Brigadas en Barrancabermeja, que ha venido acompañando a David incluso antes de haber sido condenado, saltó de alegría y emoción y un regocijo inundó toda la oficina. Estábamos pendientes de la noticia desde hacía días y, ni con ésas, dejamos de sentir satisfacción. Él, en cambio, parecía mucho más sereno, tranquilo, calmado al otro lado del teléfono. Y no es porque “la cárcel te enseña a tener paciencia”, como dice, sino porque no deja de sentir frustración ya que “he pasado más años encerrado de los que debería en un encarcelamiento sin fundamentos e injusto”, apela. La seriedad que le produce explicar su caso le desaparece cuando su sobrina María, con quien hoy le visitamos, le va mostrando los mensajes de voz que no paran de enviarle familiares y amigos repartidos por muchas latitudes. Él, cuidadoso, se acerca con cautela al celular que no toca para responder cada audio de Whatsapp, uno por uno. Y se ríe porque dice que tendrá que aprender a usar “esa cosa” que de repente le conecta con personas que nunca tuvo cerca, atravesando las paredes de esta cárcel y uniéndole con el mundo de fuera: ése del que lleva privado tanto tiempo. “¿Y cómo se imagina lo que le espera?” Le pregunto con intriga ante la desconexión con la que yo siento una cárcel y los muchos años retenido en ella. Pero David no parece inmutarse demasiado y contesta con un simple “¡pues nada, bien!”, mientras se seca el sudor de la frente bajo ese techo que siempre me pareció algo asfixiante al entrar. “¡Estamos nosotros más emocionados que él!”, comenta María entre risas refiriéndose a toda la gente que le espera fuera. Prefiere no pensar mucho en el futuro y se agarra al presente a través de sus libros. Anotadas de su puño y letra se le agolpan las citas de autores que le han ido inspirando durante este tiempo y que ahora guarda con mimo en una libreta de notas. Busca la más idónea para adornar aquello de lo que estamos hablando -justicia, garantías, derechos, paz, política…- y así la conversación adquiere un ritmo más poético. “El arte es una herramienta de resistencia y yo me he agarrado mucho a la poesía, a los cuentos, a la literatura...”. No sólo como lector incansable sino también como escritor, dedicando mucha de su obra a sus seres queridos pero también a las víctimas, a la injusticia, a la soledad, a la esperanza o a los falsos testigos. Sabe que nunca hubo pruebas verídicas para que estuviera donde está y que ser acusado es una cosa muy distinta a ser culpable, por eso él continúa optimista ante las dificultades y siempre esperanzador en que la verdad, su verdad, sea reconocida[2]. La pequeña estantería que hay en la pequeña sala donde siempre nos encontramos y donde reposaban todos sus libros, ya está casi vacía. David está de mudanza y ha empacado sus pocas pertenencias para que María se las lleve a su casa. Acá deja mucho afecto, reconocimiento, apoyos… “La gente ha sido muy solidaria conmigo, no sólo en este patio sino en toda la cárcel”, explica. David reconoce que seguirá apostando porque las condiciones de vida de las personas encarceladas mejoren, no es ahora el momento de abandonar todo el trabajo de derechos humanos que ha ido puliendo entre rejas, en favor de sus compañeros y sus familias, aunque espera que alguien siga su legado y le releve pronto. Hoy este patio tres del centro penitenciario de Barrancabermeja anda un poco más revuelto que de costumbre. Entran y sales presos a recibir mensajes o paquetes, el policía que vigila conversa agradable con nosotros, una televisión reproduce un partido de fútbol a todo volumen y Don Pablito, uno de los compañeros de David que siempre nos saluda nada más llegar y nos cuida con tinto recién hecho, hoy se le ve más risueño que otros días. Nuestro acompañamiento también es distinto porque es el último que le hacemos a David desde la cárcel. El próximo martes, tal y como se prevé, le estaremos esperando fuera, bajo el sol caliente de Barranca, junto a muchas personas que ya se han pronunciado para estar en su salida. La próxima semana, por fin, se cumplirá el sueño perseguido durante tantos años por tanta gente, de aquí y de allá, que ha trabajado y apostado por la verdad y la libertad, incluso condicionada, de este incansable defensor de derechos humanos. Sí, a partir del martes 20 de junio, por fin, nos vemos en libertad, David.
Reinaldo Villalba: "El caso de David Ravelo se presenta a la JEP en calidad de inocente" (junio de 2017)
“¿¡Que, qué!?”. El equipo de Brigadas en Barrancabermeja, que ha venido acompañando a David incluso antes de haber sido condenado, saltó de alegría y emoción y un regocijo inundó toda la oficina. Estábamos pendientes de la noticia desde hacía días y, ni con ésas, dejamos de sentir satisfacción. Él, en cambio, parecía mucho más sereno, tranquilo, calmado al otro lado del teléfono. Y no es porque “la cárcel te enseña a tener paciencia”, como dice, sino porque no deja de sentir frustración ya que “he pasado más años encerrado de los que debería en un encarcelamiento sin fundamentos e injusto”, apela. La seriedad que le produce explicar su caso le desaparece cuando su sobrina María, con quien hoy le visitamos, le va mostrando los mensajes de voz que no paran de enviarle familiares y amigos repartidos por muchas latitudes. Él, cuidadoso, se acerca con cautela al celular que no toca para responder cada audio de Whatsapp, uno por uno. Y se ríe porque dice que tendrá que aprender a usar “esa cosa” que de repente le conecta con personas que nunca tuvo cerca, atravesando las paredes de esta cárcel y uniéndole con el mundo de fuera: ése del que lleva privado tanto tiempo. “¿Y cómo se imagina lo que le espera?” Le pregunto con intriga ante la desconexión con la que yo siento una cárcel y los muchos años retenido en ella. Pero David no parece inmutarse demasiado y contesta con un simple “¡pues nada, bien!”, mientras se seca el sudor de la frente bajo ese techo que siempre me pareció algo asfixiante al entrar. “¡Estamos nosotros más emocionados que él!”, comenta María entre risas refiriéndose a toda la gente que le espera fuera. Prefiere no pensar mucho en el futuro y se agarra al presente a través de sus libros. Anotadas de su puño y letra se le agolpan las citas de autores que le han ido inspirando durante este tiempo y que ahora guarda con mimo en una libreta de notas. Busca la más idónea para adornar aquello de lo que estamos hablando -justicia, garantías, derechos, paz, política…- y así la conversación adquiere un ritmo más poético. “El arte es una herramienta de resistencia y yo me he agarrado mucho a la poesía, a los cuentos, a la literatura...”. No sólo como lector incansable sino también como escritor, dedicando mucha de su obra a sus seres queridos pero también a las víctimas, a la injusticia, a la soledad, a la esperanza o a los falsos testigos. Sabe que nunca hubo pruebas verídicas para que estuviera donde está y que ser acusado es una cosa muy distinta a ser culpable, por eso él continúa optimista ante las dificultades y siempre esperanzador en que la verdad, su verdad, sea reconocida[2]. La pequeña estantería que hay en la pequeña sala donde siempre nos encontramos y donde reposaban todos sus libros, ya está casi vacía. David está de mudanza y ha empacado sus pocas pertenencias para que María se las lleve a su casa. Acá deja mucho afecto, reconocimiento, apoyos… “La gente ha sido muy solidaria conmigo, no sólo en este patio sino en toda la cárcel”, explica. David reconoce que seguirá apostando porque las condiciones de vida de las personas encarceladas mejoren, no es ahora el momento de abandonar todo el trabajo de derechos humanos que ha ido puliendo entre rejas, en favor de sus compañeros y sus familias, aunque espera que alguien siga su legado y le releve pronto. Hoy este patio tres del centro penitenciario de Barrancabermeja anda un poco más revuelto que de costumbre. Entran y sales presos a recibir mensajes o paquetes, el policía que vigila conversa agradable con nosotros, una televisión reproduce un partido de fútbol a todo volumen y Don Pablito, uno de los compañeros de David que siempre nos saluda nada más llegar y nos cuida con tinto recién hecho, hoy se le ve más risueño que otros días. Nuestro acompañamiento también es distinto porque es el último que le hacemos a David desde la cárcel. El próximo martes, tal y como se prevé, le estaremos esperando fuera, bajo el sol caliente de Barranca, junto a muchas personas que ya se han pronunciado para estar en su salida. La próxima semana, por fin, se cumplirá el sueño perseguido durante tantos años por tanta gente, de aquí y de allá, que ha trabajado y apostado por la verdad y la libertad, incluso condicionada, de este incansable defensor de derechos humanos. Sí, a partir del martes 20 de junio, por fin, nos vemos en libertad, David.
Silvia Arjona