De estos ocho meses, recuerdo los paisajes viajando por los ríos Magdalena, Naya y Cauca; mi estancia en una Zona Humanitaria y el haber podido convivir con una comunidad campesina reclamante de tierra del Chocó; mi primera visita a una cárcel y mi primer encuentro con el defensor de derechos humanos David Ravelo, condenado a 18 años de cárcel a pesar de las numerosas irregularidades en su proceso; compartir con la comunidad minera de Mina Walter (Sur de Bolívar), estigmatizada por practicar la llamada «minería informal», y mi gran admiración por su búsqueda de reconocimiento de sus derechos; mi encuentro en un juzgado de Casanare con miembros de la Fuerza Pública procesados por un caso de ejecución extrajudicial.
[caption id="attachment_38" align="alignnone" width="474"] En el departamento de Casanare.[/caption]
Mi acercamiento a la historia abrumadora de Trujillo, pueblo manchado con la sangre inocente de 342 personas, cuyos familiares, símbolo de valentía, junto con la incansable Hermana Maritze, siguen reclamando justicia; la pesca de camarón (o “camaronear” como le dicen), los cuentos y las bromas con los niños llenos de energía y alegría del Espacio Humanitario Puente Nayero de Buenaventura; la pena que sentí al ver partir al exilio varias personas acompañadas por su situación de riesgo; mi empatía frente a la frustración de una persona acompañada y de las víctimas por la anulación o aplazamiento de una audiencia o por el difícil acceso a la justicia; mi alegría compartida cuando se consiguen logros o cuando llega una buena noticia; el estrés previo a una interlocución con las autoridades y la satisfacción de haber logrado mis objetivos; los viajes en medios de transportes diversos y en todo tipo de rutas y condiciones climáticas; y por supuesto todos los momentos de convivencia compartiendo pequeños placeres de la vida como una comida, un tinto, una fiesta, unas canciones, una caminata, una charla, un abrazo, una sonrisa, una risa... Algunos ejemplos y sentimientos entre los tantos que tengo en la mente.
Lo que tengo claro es que esta experiencia, con todo lo que implica, está enriqueciendo mi vida y dejando una huella significativa en mi mente y mi corazón.
Ahora me quedan nueve meses. Es poco, considerando cómo ha volado el tiempo estos últimos ocho meses. Estoy contenta y con sed de seguir aprendiendo y tratando de aportar mi granito de arena en el aquí y ahora.
Delphine Taylor
Viene de una familia franco-británica. Nacida en los EEUU, Delphine creció en Bélgica donde desarrolló un fuerte interés por los viajes, la diversidad cultural y los derechos humanos. Esta pasión por conocer el mundo debe de ser una herencia de familia, puesto que tres de sus hermanos actualmente viven en África, mientras su otra hermana se encuentra en Luxemburgo. Sus experiencias en el extranjero y su compromiso asociativo la llevaron a elegir el camino de la Sociología y la Antropología, en particular cuestiones sobre alteridad en el subcontinente latinoamericano. Se animó en formar parte de la aventura PBI para poder vivir una experiencia única, práctica y formativa, acercarse a diferentes realidades, conocer personas defensoras de derechos humanos y sus luchas respectivas, y empaparse de una nueva cultura.