Son las siete de la noche y llama al teléfono del Equipo Urabá un miembro del Consejo Interno, el órgano ejecutivo de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó para pedir urgentemente que acompañemos a una Comisión Humanitaria de la Comunidad para viajar a una vereda donde se encuentra un campamento militar. Según nos cuenta la Comunidad de Paz, un joven de la región había sido detenido por miembros del Ejército y la Comunidad quería averiguar las razones de la detención, la legalidad de la misma y las condiciones del joven.
Y nuestra misión era: asegurar el espacio de trabajo de la Comunidad para que pudieran desarrollar su labor legítima y no-violenta de defensa de los derechos humanos. Enseguida nos reunimos para valorar la petición de la Comunidad de Paz. Sobre las once de la noche terminamos nuestro análisis de los riesgos presentes en esta zona, decidimos hacer el viaje y redactamos las cartas para avisar a las autoridades civiles y militares regionales y nacionales, las embajadas y organizaciones internacionales para que estuvieran pendientes de nuestro viaje.
Es medianoche...rápidamente hacemos la maleta, cogemos la bandera, el teléfono satelital, el botiquín, las botas pantaneras (imprescindibles porque los caminos siempre están llenos de barro), una copia de las cartas que habíamos enviado a las autoridades, buscamos una camiseta limpia y ¡a dormir, porque mañana toca salir de casa a las cinco y media de la mañana!
Al día siguiente, subimos a La Holandita, la vereda principal de la Comunidad de Paz ubicada apenas a diez minutos caminando de San José de Apartadó, donde ya están finalizando las preparaciones para emprender el viaje. Salimos de La Holandita a las ocho y media sin saber que nos estaba esperando un viaje bien difícil: cruzamos ríos y quebradas, atravesamos caminos pantanosos, evitamos plantas espinosas y culebras, subimos lomas empinadas en trochas resbalosas... Un paso adelante, dos pasos atrás, pero, ¡hay que seguir! Menos mal que están las mulas, el principal medio de transporte en esta región montañosa. Nos turnamos montando una mula hasta que conseguimos otra y así avanzamos un poco más rápido.
Después de cuatro horas de camino llegamos a una loma frente al campamento militar. Nos presentamos al mando de batallón y luego los miembros de la Comunidad hablaron con el Ejército. La relación entre ambos ha sido tensa, dada la historia que la Comunidad ha vivido. Uno de los hechos que más impactó en la Comunidad fue la masacre del 21 de febrero de 2005, en que fueron asesinadas y descuartizadas ocho personas en las veredas Mulatos y La Resbalosa, incluyendo tres menores de edad y el líder histórico Luis Eduardo Guerra. En marzo de 2010 fue condenado –después de haber confesado– a veinte años de cárcel Guillermo Gordillo, capitán retirado del Ejército, como coautor de los delitos de homicidio agravado, actos de barbarie y concierto para delinquir. En junio de 2012 fueron condenados otros cuatro militares por su responsabilidad en la masacre como coautores de los delitos de homicidio en persona protegida y concierto para delinquir agravado.
La Comunidad trata de conseguir la libertad del joven detenido haciendo llegar al Ejército su mensaje de que se garantice su integridad personal y su seguridad; pero al final no lo consiguen, en ese momento, y el muchacho fue trasladado en un helicóptero a la base militar.
Cuesta abajo caminamos rápido pero por mucho que corramos la noche nos cae encima. Ríos, pantanos, piedras resbalosas, plantas espinosas y culebras (solo los intuimos porque no se ven sino sombras y estrellas en esa oscuridad). Los que llevan linternas son afortunados pero la gran mayoría de la gente camina a ciegas. Otra vez nos salvan las mulas, que distinguen lo que nosotras ya no alcanzamos a ver.
A las ocho de la noche estamos de vuelta en La Holandita, agotadas, arrastrando los pies, cubiertas de barro, pero contentas por haber enfrentado los retos de acompañar a la Comunidad en esta zona complicada estando al lado de mujeres y hombres que tienen un rol muy importante en la búsqueda de paz y justicia en Colombia.
Nos sentimos afortunadas haber visto paisajes hermosos, haber gozado de una vista privilegiada al majestuoso Golfo de Urabá y al Río Atrato que desde la altura de la Serranía de Abibe parece un hilo que serpentea por las cuencas de los territorios colectivos de las comunidades afrodescendientes y mestizas, disfrutar las aguas cristalinas que brotan de la Serranía y sobre todo compartir con esta gente maravillosa.
Unos días después nos enteramos de que el Ejército había dejado en libertad al joven, por lo cual la Comunidad considera la misión por cumplida.
Kate y Miriam