Pasar al contenido principal

Aquí falta alguien

“Ni vivos, ni muertos: desaparecidos”

La desaparición forzada es un crimen internacional, una violación a los derechos humanos, una tragedia sin fin, un dolor permanente. Un familiar de una persona desaparecida siempre contará los días exactos desde la ausencia de su ser querido, y cada día se imagina lo posible y lo imposible, sueña si estará vivo o viva, se preguntará si su ser querido está bien o si tiene comida, como comenta una madre buscadora, pero también se imagina cada día una posible muerte distinta.

Mario Castaño, in memoriam

El 26 de noviembre de 2017 parecía un domingo cualquiera, entre lluvioso y caloroso, en el territorio colectivo de La Larga Tumaradó. Ese día la familia de Mario Castaño, líder de restitución de tierras del Urabá chocoano, se había reunido en su finca para compartir el día juntos. Sin embargo, ese día cambiaría la vida de la familia para siempre cuando, en horas de la noche, tres hombres encapuchados y armados entraron en la propiedad preguntando por Mario. Lo sacaron de la casa y lo asesinaron con disparos en frente de su esposa, sus hijas y sus nietas1.

Cometas en el cielo

“La abuelita puede volar”, grita la pequeña Valentina* que corre tras su cometa, que lleva estampado el rostro de una mujer joven, su abuela Nydia Erika Bautista. La cometa se levanta, vuela y se cae varias veces hasta que se rompe y toca pegarla con una cinta gruesa para levantarla nuevamente. Al lado de Valentina, corren otras mujeres y hombres también con cometas que llevan rostros impresos que vuelan en el cielo soleado, son rostros de personas que se llevaron, torturaron y desaparecieron, en medio de las luchas sociales de hace treinta años.

29 años sin Nydia Érika

El 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, para nosotras es un hito luego de la firma del acuerdo final

Esperamos que nuestras reivindicaciones y nuestros logros a través del Acuerdo Humanitario sean una realidad para cada una de las víctimas que acompañamos y para los 46.000 desaparecidos en el país.

Llevo 19 años esperando

Mi historia comenzó hace 32 años. Mi hijo mayor fue a prestar servicio militar obligatorio al Batallón Pichincha, en Cali, y me lo desaparecieron, lo torturaron, lo asesinaron y lo encontré como “NN” (Nomen nescio, desconozco el nombre), en Palmira, a los cinco días. Para mi segundo hijo, Jairo Iván, fue muy duro. Decidió estudiar derecho y buscar justicia con honestidad. Empezó a trabajar en la Fiscalía, quería hacer la investigación de su hermano que aunque ya se sabía, la quería volver a hacer.

No me gusta recordar

Mi papá, José Blas Gamboa, trabajaba como maquinista. Un día salió a trabajar y nunca más supimos de él; desde entonces, a mi no me gusta recordar demasiado lo que le pasó. Cuando desapareció, yo tenía 15 años, y me afectó. Aunque yo no lo demostrara emocionalmente; pero, me volví rebelde y vivía la vida cómo a mi me parecía.