“Nosotros siempre hemos dicho, y en eso somos claros, hasta el día de hoy estamos resistiendo y todavía como nuestro proyecto es de seguir resistiendo y defendiendo nuestros derechos. No sabemos hasta cuando porque lo que hemos vivido durante toda la historia es que hoy estamos hablando, mañana podemos estar muertos. Que hoy estamos en San José de Apartadó, mañana puede estar la mayoría de la gente desplazada porque puede haber una masacre (...)”
Fragmento de la entrevista realizada a Luis Eduardo Guerra, 37 días antes de que fuera asesinado junto a 7 personas[1]
Más de 300 asesinatos y centenares de desapariciones, torturas, desplazamientos, robos y amenazas[2] en sus 21 años de historia no han anestesiado el dolor en la comunidad de paz de San José de Apartadó, pero tampoco su capacidad de resistencia. Cada nueva agresión se vive con la misma intensidad, una mezcla de sufrimiento, ira y rabia, “miedo es lo que menos sentimos. Pensamos que quienes dieron la vida y no se doblegaron, triunfaron. Por eso, toca continuar aunque pueda haber nuevos ataques”, aseguraban hace unos días varios campesinos en Mulatos al recordar la masacre de 2005, de la que hoy se cumplen 13 años[3]. La prueba más reciente de esta tenacidad fue la reacción conjunta frente al intento de asesinato de Germán Graciano, representante legal de la comunidad, el pasado 29 de diciembre: campesinos y campesinas se enfrentaron a los sicarios, los desarmaron, los capturaron y evitaron nuevas muertes[4]. [caption id="attachment_10159" align="alignnone" width="1200"] Foto del 19 de Febrero del 2010, cuando miembros de la Comunidad de Paz movieron los cuerpos de las victimas de la masacre de Mulatos del 21 de febrero 2005 para instalarlos en el monumento de homenaje construido en San Josecito.[/caption] Sin embargo, el impacto de lo sucedido el 21 de febrero de 2005 en Mulatos y La Resbalosa pudo tener consecuencias para la propia continuidad de la comunidad. La sevicia con la que fueron ejecutadas las víctimas -a garrotazos y machetazos acabaron con la vida de 7 integrantes de la comunidad: Luis Eduardo Guerra, 35 años; Bellanira Areiza, 17; Deiner Andrés Guerra, 11; Alfonso Bolívar, 30; Sandra Milena Muñoz, 24; Natalia Andrea Tuberquia, 6, y Santiago Tuberquia, 2; y a tiros mataron a Alejandro Pérez, de 30 años, campesino de la zona[5]-; la muerte de Luis Eduardo Guerra, uno de los líderes históricos con mayor relevancia; los fuertes señalamientos posteriores a la matanza[6], y la militarización de San José parecían responder al objetivo de acabar con este modelo de resistencia civil frente a la guerra. La comunidad lo tuvo claro desde el principio. La intención de los militares y paramilitares[7] que cometieron la masacre era “borrarnos del mapa, pero no fue el fin sino un nuevo comienzo”, afirma uno de los pobladores de San Josesito. Otro campesino, que recibió formación de Luis Eduardo Guerra cuando entró en la comunidad, admite que en aquellos momentos perdieron capacidad organizativa “y a una persona casi irremplazable, pero sacamos fuerza de donde sea para seguir. Ahora lo que buscamos es no perder a más compañeros para continuar adelante”[8]. Un año después de la masacre comenzaron a retornar las primeras familias a Mulatos y levantaron la Aldea de Paz Luis Eduardo Guerra. Desde entonces, la comunidad no sólo se ha mantenido sino que se ha fortalecido con la incorporación de las nuevas generaciones en la coordinación, el desarrollo de proyectos productivos y la recuperación de territorios. “Entregar la vida por no entregar la tierra” Luis Eduardo Guerra nació en Peque (Antioquia), pero siendo niño se trasladó con sus padres a Mulatos. Cuando arreció la guerra en la zona, fue de los primeros en apostar por la resistencia civil y recorrió las veredas, junto a otros campesinos, para ver “quien estaba dispuesto a entregar la vida por no entregar la tierra”, recuerda uno de los líderes de la comunidad que compartió aquellos días con Lucho. Alrededor de 700 campesinas y campesinos asumieron el compromiso de la neutralidad, constituyeron la comunidad de paz el 23 de marzo de 1997 y se eligió el primer Consejo Interno para coordinarse, del que formó parte Guerra. [gallery ids="10158,10157" type="rectangular"] Pocos días después se produjo una fuerte arremetida paramilitar que produjo varias masacres en la comunidad[9], “vivimos una situación de tensión terrible; teníamos que reunirnos 2 ó 3 veces al día para ver qué hacíamos y, al mismo tiempo, íbamos a recoger cadáveres y nos enfrentábamos al Ejército que nos requisaba constantemente”[10]. A partir de entonces se fueron forjando los firmes principios que caracterizan a esta población. Y Lucho fue un buen ejemplo. “Era claro, directo y, aunque le gustaba la recocha en la intimidad, fue una persona seria en las formas, contundente en sus discursos y comprometido con la comunidad hasta el final”. La defensa radical de este proyecto de vida lo puso en el punto de mira de quienes querían acabar con el modelo. Se vio obligado a salir de San José, pero a los 3 años decidió regresar pese a las recomendaciones en contra de sus compañeros, “nos decía: `No hago nada aquí mientras ustedes andan continuamente metidos en el barro´. Volvió y a los pocos meses lo mataron”. La decisión de retornar no fue inconsciente, valoró los riesgos que corría, pero tenía que hacerlo porque era su opción de vida, “incluso sabía que se estaba desarrollando una operación militar cuando se fue ese día a Mulatos a trabajar su tierra. Pensó que no tenía porqué pasarle nada si estaba el Ejército en la zona. Además, en ese tiempo él era el interlocutor con el Gobierno”, comentan los que vivieron aquellas jornadas trágicas. “Perdimos a Lucho, un amigo, un compañero, un líder... Pero él y todos los que faltaron nos enseñaron el camino que hay que seguir”, dicen con orgullo quienes continúan luchando por una vida digna[11].Paco Simón