Un grupo de veinte campesinos de todas las edades se reúnen en una casa de madera en La Holandita, Comunidad de Paz de San José de Apartadó. En el suelo duermen perros y gatos, pero eso no importa, el debate transcurre con preguntas interesantes: “¿Qué estamos comiendo? ¿Somos autónomas en la alimentación?”, interroga una mujer de cuarenta años, que es la encargada de impartir esta clase a modo de taller. Inicialmente nadie quiere contestar. “¿Qué clase de frijoles nativos cultivan?”, insiste ella. “El frijol cagavivo es el nativo de acá”, se aventura a responder finalmente Don Orlando, un hombre de unos cincuenta años, de cuerpo fuerte y delgado, piel morena con rasgos indígenas, y a partir de ahí se abre el debate: “y hablando del maíz, ya saben que puede haber contaminación por el polen si hay una variedad transgénica cerca de su cultivo”, advierte la tallerista y finaliza la frase contundentemente: “¡No traigan ningún maíz de fuera!”. La profe es especialista en la recuperación de semillas autóctonas, esto para ella significa recuperar la identidad campesina.
Con su facilitación, el grupo conversa animadamente sobre las semillas que han perdido y las que quieren recuperar, la pérdida de platos que prepararon sus ancestros, la mala influencia de la televisión en la alimentación de los niños... “Acá los niños no comen frutas, quieren tomar gaseosas y piensan que las frutas vienen de la tienda”, dice una señora y mientras se le escapa una carcajada. “Para hacer territorio hay que ser soberanos en la alimentación”, responde la tallerista, con cara seria. El debate se centra en cómo pueden recuperar la forma de comer, la importancia de los minerales para el cuerpo humano, las formas de conservar el frijol seco y el maíz, acerca de técnicas de cómo almacenar el cacao, cómo controlar los gusanos en las tomateras. “Lo que es saludable lo rechazamos porque nos sabe maluco”, dice Orlando y se ríe.
Este taller forma parte de la Universidad Campesina, una iniciativa creada en el 2003. “¿Por qué no convertimos este Centro de Formación en una Universidad?”, preguntó un campesino un día de aquel año. “¿Para qué?”, respondió otro. “Colombia está lleno de universidades, para qué vamos a crear otra?”, añadió un tercero.
Pero, pocas semanas después, un grupo de líderes de comunidades rurales se reunieron para hablar sobre la idea de una universidad alternativa. Estaban de acuerdo que querían una sin aulas, en campo abierto, sin títulos, sin profesores ni alumnos, donde todos enseñaran y todos aprendan. “Una Universidad centrada en los problemas del campesino”, recuerda el Padre Javier Giraldo, quien lleva más de 20 años acompañando a la Comunidad de Paz. En 2004 fue la primera sesión de la Universidad de la Resistencia en Arenas Altas, (vereda de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó). Luego siguieron sesiones en Caquetá y en el territorio indígena de los Kankuamos, en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Este año, las clases han vuelto a la Universidad Campesina en la Comunidad de Paz, con motivo de los actos organizados por el 20 Aniversario de la creación de la misma. Observamos como acompañantes internacionales de este proceso, como en sus cuadernos, las mujeres y los hombres, toman notas de las fórmulas para el abono, el jabón o los microorganismos orgánicos, para los caldos de azufre o el caldo de ceniza, todas son fórmulas útiles y prácticas para su día a día y sus trabajos en el campo. Parece una clase de química de nivel avanzado. Mientras, en los jardines de otras casas o en otros espacios, los demás grupos aprenden sobre salud, educación y derecho propio. Y al final del día comparten, en asamblea, los saberes aprendidos durante las clases. La satisfacción entre todos, talleristas y alumnos, es enorme y apreciable. Es un sistema de aprendizaje muy práctico y todos están deseando aplicar lo aprendido en sus quehaceres diarios.
Noelia Vizcarra y Bianca Bauer