Estas son las historias de algunas personas que, si bien reflejan la heterogeneidad colombiana, están unidas, como pueblo diverso, en el dolor causado por los atropellos del conflicto armado, y en la esperanza de una paz verdadera y duradera.
Nicodemo Sánchez lleva muchos años esperando reparación y justicia. Para él y su familia, la violencia que les tocó vivir en el departamento de Caquetá fue muy dura. Hace 17 años, tuvieron que abandonar su tierra, su finca. “Me cogieron los paramilitares. Me amarraron, me arrastraron. Pero no era el día de morir. Me advirtieron que la próxima vez me mataban. Fue duro dejar lo que en tantos años había conseguido”. Salieron para Inzá, departamento del Cauca, donde tienen su parcelita en la que cultivan café, plátano, yuca, maíz y frijol para su consumo.
“No tenemos muchos recursos, pero hay trabajo”. Hasta la fecha de hoy siguen esperando reparación. Nicodemo aspira tener la oportunidad de recuperar lo que ha perdido… “otra parcela para uno sostenerse y para las futuras generaciones”. Su situación lo ha llevado a convertirse en un líder comprometido por el medioambiente, en particular por el cuidado del agua; una lucha que lo ha llevado, así como a su familia a ser objeto de amenazas.
Delphine y Mario escribieron las historias de la bella locura después de un viaje al río Naya en junio de 2016. En este viaje conocieron mujeres y hombres indígenas, afrodescendientes y campesinos de distintas regiones de Colombia y pudieron presenciar la apertura de la primera sede de la Universidad de la Paz, una iniciativa que busca generar propuestas para la paz desde los territorios.