Todos los días, Enrique Cabezas agradece que él y sus familiares siguen vivos. Es, probablemente, uno de los líderes de tierra más amenazados de la cuenca del río Curbaradó. Hace pocos días, integrantes de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) lo amenazaron nuevamente[1]. De hecho, hace un mes, las AGC mostraron que las amenazas sí se cumplen, pues asesinaron a Duberney Gómez, hijo del reclamante de tierras, Rafael Truaquero[2] a sólo tres kilómetros de la finca de Enrique. Ya en 2012, neoparamilitares asesinaron al reclamante de tierras, Manuel Ruíz y a su hijo Samir, también cerca de donde vive Enrique. El riesgo es real y desde 2014 Enrique anda 24 horas al día con dos escoltas armados que le asignó la Unidad Nacional de Protección. La angustia de que en cualquier momento le puedan matar no le deja dormir tranquilo. “El temor no se me quita nunca”, nos comentó en una visita, mientras sus papas y una hermana asienten con preocupación.
[caption id="attachment_8361" align="alignnone" width="1200"] James Ruíz con las fotos de Manuel y Samir Ruíz, asesinados por grupos neoparamilitares en 2012.[/caption]
Llegamos a su finca en moto desde el caserío de Llano Rico y por ser temporada de lluvia, a ratos nos tocó bajarnos y caminar por la cantidad de barro que hay en esta carretera destapada. Enrique vive con sus papás, algunos de sus siete hermanos y los dos escoltas en una casa humilde con piso de barro y techo de zinc. En la entrada hay árboles grandes donde los pavos, perros y cerdos buscan sombra durante los días calientes.
“Vengan, que les muestro la finca”, y felizmente asentimos y vamos con Enrique, cuando apenas comienza la mañana. La finca se llama “El Paraíso” y pronto descubrimos que el lugar hace justicia a su nombre. En el fondo se dibujan las montañas del Cerro Jai Katumá, el cerro de los espíritus de comunidades indígenas Emberá.
En esta planicie nació Enrique hace algo más de treinta años. Sus papás llegaron en 1976 cuando todo era monte lo cual me parece difícil visualizar, ya que acabo de recorrer estas tierras durante cuatro días sin ver mucho bosque. Caminamos entre cultivos de arroz, plátano, yuca y ahuyama. “Es complicado vender, nadie nos compra nuestros productos”, lamenta Enrique. Vemos una casita y por el tablero verde deducimos que debe ser una escuela, aunque por el momento sus únicos estudiantes parecen ser algunas vacas perdidas que están paradas en el salón de clase. “No son de la familia”, explica Enrique. Al huir en el 96 perdieron, entre muchas otras cosas, todo el ganado, pero hicieron un trato con un vecino: cuidan las vacas y se quedan con la leche y la mitad de la cría, y así, algún día recuperarían lo perdido.
[caption id="attachment_8358" align="alignnone" width="1200"] Enrique Cabezas[/caption]
Enrique ha vivido la historia de muchos reclamantes de tierras. Cuando en 1997 llegaron unos 200 hombres paramilitares a su territorio y asesinaron a catorce campesinos durante su recorrido, sus papás, empacaron todo, cogieron a los hijos más pequeños, y salieron corriendo[3]. Enrique tenía doce años, recuerda como caminó hasta el río Atrato, para luego atravesarlo en bote y continuar caminando hasta el mar pacífico. Cuando finalmente se atrevieron a regresar en 2006 supieron que, en su ausencia, otros, con escrituras falsas, habían comprado su terreno. Gracias a la asesoría de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, comenzaron los procedimientos legales ante el Instituto Colombiano del Desarrollo (Incoder) y lograron recuperar las escrituras. Justo después comenzaron las amenazas contra Enrique[4].
Caminar con Enrique hace que uno se enamora de la tierra, ahora también yo quisiera vivir en el campo, cultivar y montar a caballo. Envidio la pasión por las tierras que siente. Su situación es desesperante, pero Enrique también tiene claro que su única opción es resistir y aguantar la ola de violencia: “hoy día los paramilitares están en Llano Rico tomando cerveza” comenta desconcertado. Esto significa refugiarse en su finca y aislarse socialmente de su comunidad. “He vivido encerrado”, confirma y añade que “es difícil vivir así porque uno desconfía de todos”.
La guerra continúa en esta región a pesar de los acuerdos y discursos de paz. Las Farc operaban aquí hasta su desmovilización. Desde 2014, centenares de combatientes de las AGC se agruparon aquí y desde 2015, la Defensoría del Pueblo ha alertado a las autoridades sobre su expansión[5].
Las amenazas han llevado a Enrique a muchos países en Europa para hablar sobre su caso y las tierras de Curbaradó. Al preguntarle sobre sus esperanzas dice: “Es como el sol de Noruega en invierno, así lo veo yo”. Enrique estoicamente reclama el derecho a sus tierras, se aguanta las amenazas, vive diariamente con miedo y no duerme en las noches. Es la realidad de Enrique, pero no hay otro camino. “Imagínate nosotros sentados en una ciudad”, me dice. Desde luego, ahora que conozco a Enrique, su familia y su hermosa finca, es imposible imaginarlo en uno de los barrios pobres de Bogotá.
Bianca Bauer