“Estamos a un kilómetro de donde han hallado los cuerpos. Estaban justo ahí, a la siguiente vuelta, tirados en la trocha(…)”
Entramos en Argelia, Cauca, un municipio anidado en el corazón del mazico colombiano cuyo nombre quiere transportarnos a latitudes magrebíes. Un lugar al que sólo se puede tener acceso cruzando el valle del Patia, acompañado por los cambulos resplandecientes y las aguas de los ríos que se entrelazan. Sigue una trocha polvorienta que sube tortuosamente hacia el municipio, solo parada por peajes que organizan los mismos habitantes, quienes cuidan del camino. Nos lleva hasta el corregimiento de la Mina, donde acompañamos a la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz (CIJP). La organización entra a la zona por primera vez desde que fueron hallados los cuerpos de 7 campesinos el mes pasado[1]. Aunque una cierta tranquilidad parecía haber llegado al municipio históricamente golpeado por el conflicto, la región todavía se estremece al ritmo de los que ambicionan sus riquezas naturales y su posición geoestratégica. “Hemos dicho que sí a la paz”, nos confía uno de los lideres de la zona. “Por primera vez teníamos esperanza de que la guerra se vaya de nuestro territorio. Pero de nuevo han vuelto a matarnos. Matan a nuestros líderes, matan a nuestros docentes, matan a nuestra gente.” Argelia fue una de las zonas más golpeadas por el conflicto[2]. Zona que rebosa de agua, de oro y de otros minerales y que ha llamado la atención de una miríada de actores, incluso multinacionales. A partir del 2006, en el marco de la política de seguridad democrática, empezó la militarización de la zona. Coincidió con una arremetida paramilitar por parte de grupos como los Rastrojos o las Águilas Negras en el Patia y Argelia.[3][4] Los habitantes cuentan la violencia que vivieron durante estos años de violencia, recordando sus desaparecidos y desaparecidas[5], las torturas de las que algunos fueron sujetos, las ejecuciones, la zozobra constante. “Si los ríos pudieran hablar, contarían todos los muertos”, nos confía uno de los lideres. [caption id="attachment_10416" align="alignnone" width="1200"] Coraline (PBI) en la Valle de Patía[/caption] La gente se organizó frente a la violencia. En 2012, pidieron al ejército que se retirara de los caseríos del Mango, del Plateado, de Puerto Rico, del Sinaí y de Argelia, para que pasasen a ser corregimientos exclusivos de población civil, libres de actores armados[6]. Este año, cuando el ELN llegó para instalarse, les citaron a una reunión y les hicieron la misma petición. Gracias a este esfuerzo comunitario, consiguieron que ellos también se fueran[7]. Aunque los argelianos concuerdan en decir que con los acuerdos de paz han podido encontrar una cierta tranquilidad, estos últimos meses el temor a vuelto a zancadas. La violencia ha perdido su rostro, volviéndose más esquiva y silenciosa, más compleja en su manera de trastocar la vida de los habitantes. Entre esa tiniebla, poco a poco van apareciendo cuerpos tirados al lado de la carretera o se dispara a la población durante las fiestas de carnaval[8]. Al fin de junio, un panfleto firmado por el autodenominado “COMANDO POPULAR DE LIMPIEZA[9]” anunció que se iba a dar de baja a los indeseables, evocando dolorosamente los tiempos más oscuros del conflicto. [caption id="attachment_10419" align="alignnone" width="1200"] El pueblo de Argelia[/caption] Los líderes nos cuentan que reciben de nuevo amenazas por llamadas anónimas que les exigen detener las actividades que están desarrollando: “solo el hecho de reunirnos nos da miedo. Muchos no han venido hoy para mantener cierta discreción. Pero necesitamos que conozcan lo que estamos viviendo. Nosotros solo queremos la implementación de los acuerdos de paz y la presencia del Estado a nivel de salud, a nivel de educación, de nuestras necesidades básicas. A menudo estamos estigmatizados por el hecho de cultivar la coca pero solo somos campesinos, no somos narcotraficantes o drogadictos, la cultivamos únicamente para sobrevivir. Queremos sustituir nuestros cultivos y tener actividades productivas y por eso necesitamos el apoyo del Estado.” Después de la masacre, el Defensor del Pueblo, Carlos Negret, visitó la zona. Se informó que los corregimientos visitados presentan problemas en materia de orden público, educación y de salud.[10] Según esta entidad, al día del hoy, serían 326 los líderes que fueron asesinados desde la firma del acuerdo de paz, de los cuales 81 eran del Cauca[11]. Los argelianos no quieren ni contar un muerto más.Coraline Ricard