Sentados bajo un sol ardiente y apoyados a un árbol quemado observamos como Alejandro, Karen y Pablo preparan la excavación. Están buscando los restos de Feliciano, uno de las tantas víctimas de la violencia paramilitar en Colombia. Hace 12 años fue desaparecido, hace 12 años que está enterrado allá. «12 veranos y 11 inviernos» nos explica Martín[1], en la manera clara de los campesinos de la Sabana.
Estamos en Charras, en el departamento de Guaviare, un pequeño pueblo en el suroriente de Colombia. La región está entre las sabanas de Los Llanos y las selvas del Amazonas. Un vuelo corto y un largo viaje en carro por carreteras inexistentes, que separan Charras de la capital y megametrópoli Bogotá. La misma ruta que cogieron los paramilitares en octubre del 2002. Los campesinos huyeron. Los que pudieron a la capital departamental, San José; los ancianos y los que no sabían a dónde ir, a sus fincas en las afueras del caserío. Pero la violencia les alcanzó y muchos fueron asesinados durante la incursión paramilitar. Charras quedó como un pueblo fantasma durante muchos años. En 2007 volvieron los primeros habitantes y empezaron un largo camino de reconstrucción, material y memorial.
Abrimos un paraguas para protegernos del sol. En las ramas secas, sobre nosotros, ondea la bandera blanca con el logo de PBI que nos identifica como acompañantes y observadores internacionales. En este viaje acompañamos al Padre Javier Giraldo, un corifeo en el ámbito de derechos humanos en Colombia. Los forenses empiezan su trabajo bajo una carpa. Karen indica el área en la cual se debe excavar. Dos campesinos acaban de llegar en una moto, ambos llevan el machete en el cinturón y una pala en la mano. Callados, pero amables, nos saludan con la cabeza. Detrás de ellos viene una niña en una bicicleta rosa. Parece surrealista cómo cruza la maleza. Se baja de la bici tirándola al césped, junto al lugar donde los hombres están excavando; ella es demasiado joven para conocer al asesinado, el novio de María, su mamá.
La presencia de familiares y amigos es algo nuevo para los forenses, que normalmente están rodeados por profesionales de la fiscalía y del CTI (Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía). Las exhumaciones civiles son un método nuevo en Colombia, para apoyar a las víctimas de zonas alejadas. En septiembre del año pasado, PBI acompañó por primera vez al Padre Javier Giraldo a la zona de Charras, en el marco de su trabajo con las exhumaciones.
Es una tarea pionera que tendrá ocupados, durante muchos años, a los forenses del ECIAF, (Equipo Colombiano de Investigadores Antropólogos Forenses). Se especula que hay más de treinta y dos mil desaparecidos forzados en Colombia. Pablo dice que «el trabajo de las exhumaciones será el trabajo para defensores de derechos humanos durante las próximas décadas. Hasta nuestros nietos se dedicarán en eso».
Nuestras camisetas blancas, con el logo de PBI, se vuelven marrones, y eso que permanecemos alejados de la zona de la excavación, por una parte para no molestar en la exhumación y, por otro, por nuestro mandato de no-injerencia. Luego, el Padre Javier nos llama, es un momento emocional, las puntas de dos botas de goma sobresalen en el suelo. María explica que Feliciano las tenía puestas cuando salió de la casa aquella trágica mañana de octubre del 2002, cuando habían quedado para verse más tarde en el pueblo. «Ni comió, medio desayunó, tan apurado estaba». Nos impresiona que se recuerde de todos los detalles, «él quería reparar una cerca y para eso necesitaba comprar material en el pueblo».
Feliciano no apareció por la tarde y María empezó a buscarlo temiendo que le hubiera pasado algo. Lo encontró en el mismo pasto en cual ahora estamos sentados. «Le dispararon tres veces en la cabeza y dos en el pecho, los arboles estaban llenos de sangre». Los forenses trabajan ahora con más cuidado. Bajo las brochas aparece, poco a poco, un pantalón gris. Karen explica a los que están alrededor que los huesos de la pelvis se conservan mejor. La tierra en el Guaviare tiene bastante ácido y absorbe muy rápido los restos de las víctimas. Por suerte, el cuerpo de Feliciano no fue descuartizado con motosierra, ni con machete, como tantos otros. «Los huesos tienen una membrana, que los protege», aclara Alejandro, «cuando un hueso está roto, hay microorganismos que lo pueden descomponer por dentro».
Karen descubre el cráneo, gritando en silencio. Las cuencas de los ojos aparecen en la tierra seca y, poco a poco, con un trabajo minucioso, los forenses sacan a la luz los restos óseos de la cara de Feliciano. La bóveda craneal está reventada, pero una camisa a cuadros azules y grises, la mantiene unida. María dice que «él tenía esta costumbre para protegerse del sol. Aunque era joven, 32 años, se le cayó el cabello muy temprano».
La violencia en el Guaviare se cobró innumerables víctimas. Solamente Charras, un caserío de 70 personas, cuenta con 23 desaparecidos que fueron soterrados en los alrededores. María volvió poco después del asesinato para enterrar a Feliciano. Los paramilitares todavía seguían en la zona y no dejaron enterrar a las víctimas para sembrar aún más miedo. Unos campesinos acompañaron a María temiendo, en todo momento, que los paramilitares pudieran volver. Miguel discute con María qué día fue: «era un 12 de octubre, mi cumpleaños, lo recuerdo perfectamente. Camilo había subido a un árbol para vigilar por si los paras volvían. Cuando subimos el cuerpo se me cayó algo pegajoso a las botas».
El cuerpo de Feliciano aparece en su totalidad, aunque parezca increíble no impresiona ver sus restos. Algo brillante y honorable se ve en ellos. Se nota como si el reencuentro con él fuera a dar fuerza a la gente de la comunidad que están a su alrededor. Es un símbolo, no se dejan oprimir por la violencia. Esta forma de exhumación tiene una gran ventaja, los parientes y amigos pueden superar los hechos violentos. La comunidad impulsa así el trabajo colectivo de recuperar la memoria y romper con el silencio. El Padre Javier hace una oración a favor del difunto y humedece los restos de Feliciano con agua bendita. En el pueblo oficiarán una misa por los desaparecidos, una de las primeras desde hace mucho tiempo.
Nos quedamos cinco días en Charra, durante los cuales el equipo exhumó a cuatro víctimas, tres de ellos fueron identificados por la ropa que tenían puesta y el lugar en el que los encontraron. De regreso viajan con nosotros cuatro cajones del tamaño de una caja de banano. Karen lo entregará a la Fiscalía, que ahora empezará con el proceso de pruebas y los exámenes de ADN. Todo eso durará uno o incluso dos años, después los restos se entregarán a los familiares en una ceremonia estatal. El certificado de defunción y las actas de medicina forense ayudarán a las víctimas a reclamar justicia ante el Estado. Con eso terminará un calvario para los parientes, pero el trabajo de recuperar la memoria seguirá en Charras y en Colombia.
Stephan
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Stephan Kroener es Brigadista de PBI-Proyecto Colombia desde mayo de 2012.
[1]Todos los nombres de los familiares vivos han sido cambiados, con el fin de mantener su privacidad.