Mujeres, indígenas, afrodescendientes citadinas, niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, mayores, las que están naciendo, las que se han ido ya... !en fin!, todas las mujeres en países como Colombia han recibido algún tipo de violencia.
Esa violencia histórica, estructural ha dejado marcas, cicatrices en las mujeres; para muchas ha sido normal, para su entorno incluso ha sido y, hoy en día es invisible, es parte natural de lo cotidiano. Mujeres que han defendido por siempre la vida, la de sus hijos, la de sus parejas, de sus familias. Una compañera del Cauca, relataba como su madre era quien, ante la presencia de grupos armados ilegales, escondía a sus niños o a cualquier niño que estuviese con ella, en un horno de barro para protegerlos, exponiéndose ella al riesgo para que los niños no fueran afectados; los hombres le pedían un café, le pedían comida, ella preparaba todo, no le importada nada, solo que sus hijos permanecieran con vida y, así treinta años más tarde, ella puede contar la historia. Hoy le cuesta identificar que su madre fue la primera persona que conoció en defender la vida, en defender los derechos.
[caption id="attachment_3231" align="alignnone" width="1200"] Las amenazas que se extienden a los hijos e hijas ha sido una forma de utilizar la maternidad para generar coacción y miedo.[/caption]
Ser mujer en un contexto de guerra tiene que ser una sobrecarga de agresiones, las mujeres que luchan desde un activismo constante son agredidas continuamente no solo por defender los derechos humanos, sino también por ser mujeres. Esto diferencia significativamente el nivel de riesgo y el nivel de impactos físicos, mentales y emocionales a los que se enfrentan, día a día, en contraste con los compañeros varones que permanecen en la defensa de los derechos humanos.
Los riesgos para las mujeres se incrementan por sus características socioculturales, “la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha podido corroborar que la situación de las mujeres indígenas y afrocolombianas es particularmente crítica, al ser víctimas de múltiples formas de discriminación por causa de su raza, etnia y por el hecho de ser mujeres, situación que se agrava dentro del ámbito del conflicto armado[1]”. Las comunidades afrodescendientes e indígenas han sido víctimas históricas de la relación de poderes en la sociedad, y las mujeres dentro de estas comunidades han tenido que sufrir la devaluación de su integridad por su identidad.
Así pues, no es lo mismo ser mujer, negra, indígena, mestiza o blanca y, si entramos en otras áreas, en un país con estratos sociales, ingresamos en una discriminación hasta en los pequeños espacios donde las mujeres tienen alguna característica sociocultural particular. De todas maneras, las mujeres, en todos estos espacios, son víctimas de una violencia que se exacerba en un contexto de conflicto, de guerra.
[caption id="attachment_3234" align="alignnone" width="1176"] La situación de las mujeres indígenas y afrocolombianas es particularmente crítica al ser víctimas de múltiples formas de discriminación. Foto: Marcia Valverde[/caption]
Las narraciones de las mujeres revelan el uso de la violencia en el marco del conflicto como una forma de control que destruye su integridad física, psicológica y sexual. Infligir este sufrimiento parece ser la expresión del poder y del dominio absoluto sobre las mujeres o niñas por parte de los actores armados de todo signo[2].
La estrategia del terror será siempre la más usada; a partir del miedo, el mismo que provocan a los hombres que están en resistencia. Pero el miedo es distinto, hay una amenaza directa a quienes conforman el núcleo familiar de las mujeres y, en este sentido, se hace alusión a uno de los roles que las mujeres tienen por imposición o elección en la sociedad, la maternidad que se usa también como mecanismo de control. “Las amenazas que se extienden a los hijos e hijas ha sido una forma de utilizar la maternidad para generar coacción y miedo”[3].
El ataque al cuerpo, de manera física, verbal, subjetiva o las valoraciones sobre el mismo son otras formas de perpetuar la cosificación de las mujeres, ingresa en la violación de los derechos. Esta agresión es invisible nuevamente, porque para ser “importante” tiene que ser extremo, tiene que dejar heridas materiales visibles, denunciables, sino es como si no existiera, pero sí existe, es real, ¡es violento!
La violencia sexual, como arma de dominación, de humillación ha sido una estrategia más de ataque a la dignidad de las mujeres, accediendo al cuerpo, al territorio: “La violación sexual, fue una expresión de fuerza y poder de los grupos paramilitares. El dominio era manifestado a través de hechos de esta naturaleza, donde se materializa el desprecio por el cuerpo y la humillación de la dignidad de las mujeres”[4].
La violación implica un acceso violento al espacio personal, físico, emocional que busca el placer en el sufrimiento de otra persona, que pierde el control y la valía de sí misma ante un hecho victimizante de tal magnitud. “La sensación de suciedad del cuerpo junto con las ganas de no seguir con la vida, expresan el impacto sufrido en la propia dignidad por muchas mujeres; y lejos de ser un efecto más o menos evidente, también es uno de los fines que persigue la política de socavación de las mujeres”[5].
El impacto también se evidencia en la dificultad de hablar de lo sucedido, recordar esta agresión y verbalizarla implica, en algunos contextos públicos y privados, la revictimización, la puesta en duda de lo sucedido o la aceptación o la naturalización de estos hechos quitándoles la responsabilidad a los autores.
Son múltiples las formas en la que esa violencia sexual se ha instaurado en la vida de las mujeres, la invasión en lo sagrado a través de lo físico es una constante, la mujer como un objeto de propiedad de uno u otro grupo ilegal.
“La violencia sexual constituye la manifestación más extrema de aquella violencia, puesto que en ella se consuma, y se muestra sin paliativos, el núcleo central de la relación patriarcal: el sometimiento de las mujeres reduciéndolas a cuerpo-cosa disponible, susceptible de ser dañada y destruida, para el placer y la dominación masculinos”[6].
[caption id="attachment_3238" align="alignnone" width="1000"] La resistencia de las mujeres ha permanecido de distintas maneras, muchas han elegido un perfil que les permita seguir protegiendo sus vidas y las de sus seres queridos desde lo cotidiano.[/caption]
Después de la violencia
Las mujeres en medio del conflicto se han organizado, de muchas maneras, en defensa del territorio, en la búsqueda de sus seres queridos, en defensa de sus cuerpos, en la protección de sus familias, en el impedimento del reclutamiento de sus hijos y el impedimento de la violación de sus hijas. Es molestoso para las partes del conflicto, que las mujeres hayan logrado algún tipo de organización. La autonomía de las personas que defienden los derechos humanos es como un atropello; pero la autonomía, la organización de las mujeres además de ser un atropello es también una ofensa. Son frecuentes las amenazas contra las mujeres por pertenecer, precisamente, a organizaciones integradas por ellas y dedicadas a la protección de sus derechos. El derecho de las mujeres a asociarse, a participar, no es tolerado por los grupos armados ilegales, incluso por las nuevas generaciones de las organizaciones neoparamilitares[7]. Aun así, la resistencia de las mujeres ha permanecido de distintas maneras, muchas han elegido un perfil que les permita seguir protegiendo sus vidas y las de sus seres queridos desde lo cotidiano. En esas luchas silenciosas, que no se nombran, pero que están presentes porque la defensa de las mujeres en cualquiera de sus espacios es una defensa por la vida, no solo de ellas sino de todos, hombres y mujeres. Otras compañeras han elegido organizarse, articularse y empoderarse en espacios visibles de orden público, político; sea en organizaciones femeninas, organizaciones mixtas, fortaleciendo sus comunidades, y han puesto un pie delante para ser parte de una lucha colectiva en la dignificación de la vida a través de la defensa de los derechos fundamentales. En estas dos formas de organización se han creado, no solo estrategias de incidencia, estrategias jurídicas, de denuncia sino también estrategias emocionales, adaptativas al contexto, escudriñando en las sabidurías de los pueblos, en la recuperación de las costumbres, en los ritos. Todas estas estrategias apuntan a la dignificación de las mujeres, desde una mirada amplia, justa, humana, no se puede hacer justicia, ni reparación, cuando no se considera que hay heridas más profundas que las que el cuerpo físico aún presenta. La justicia y la reparación de las mujeres involucra la posibilidad de poder caminar tranquilas en la comunidad, de poder hablar, de poder quejarse, de no temer por sus cuerpos, de no temer por la sexualidad de su intimidad, de no temer por sus emociones, de no temer por su vida y su libertad. Por todo eso, las mujeres han generado también lazos de hermandad, que les han permitido llorar y curar en colectivo, no olvidando nunca; porque hay marcas en el alma, pero transformando, construyendo, escuchando historias, dando testimonio de lo que ha sucedido para reclamar, para exigir que no vuelva a ocurrir.Acompañamiento emocional a mujeres
Desde Peace Brigades International (PBI), el desafío es continuo, porque se busca brindar herramientas de protección con enfoque diferencial, que permitan reconocer las distintas formas que las mujeres han elegido para continuar resistiendo desde el ámbito sociocultural con el que se identifican. PBI trabaja con herramientas de protección que consideran la protección o autoprotección de las mujeres desde la integralidad, considerando que la protección de nuestros cuerpos es también la protección de nuestras emociones, de nuestras proyecciones. A través de los talleres o momentos de intercambio se han creado espacios de encuentro con mujeres con distintas características sociales y culturales, tanto brindando un apoyo emocional individual, como un acompañamiento psicosocial colectivo; por ejemplo, en Buenaventura, Cali, Popayán o Santa Rosa de Guayacán, donde nos han compartido vivencias dolorosas, pero al mismo tiempo dignificantes en su día a día, en la construcción de una comunidad distinta, en el reconocimiento de sus capacidades y la puesta en común de una búsqueda de mejores condiciones de vida no solo para ellas, sino para las comunidades en general. [caption id="attachment_3244" align="alignnone" width="1200"] Desde Peace Brigades International (PBI), el desafío es continuo, porque se busca brindar herramientas de protección con enfoque diferencial, que permitan reconocer las distintas formas que las mujeres han elegido para continuar resistiendo desde el ámbito sociocultural con el que se identifican. En la foto, Gabriela Vargas, persona que durante dos años fue la encargada del trabajo psicosocial en PBI.[/caption] En el año 2015, PBI ha propuesto un encuentro de mujeres defensoras en la ciudad de Bogotá, pertenecientes a organizaciones mixtas que PBI acompaña, con el objetivo de seguir fortaleciendo el tejido social entre defensoras y construir en conjunto algunas formas de autoprotección. Este encuentro se caracterizó por la participación de mujeres de distintas edades, origen socioeconómico, experiencias varias, que han nutrido este primer momento de una serie de intercambios, en una mirada introspectiva, identificando elementos internos, para entrelazarlos con la apuesta en común que hacemos como defensoras, sin dejar de lado en cada momento la conciencia y el ejercicio del autocuidado como un elemento fundamental de la resistencia que se ejerce, y una coherencia con la defensa de la vida digna.Gabriela
Notas de pie:
- Comisión Interamericana de Derechos Humanos: Las mujeres frente a la violencia y la discriminación derivadas del conflicto armado en Colombia
- Ruta Pacífica de las Mujeres: La verdad de las mujeres en el conflicto armado - Resumen informe comunicaciones la verdad de las mujeres, 2014, página 50
- Ibíd., Tomo II, página 94
- Ibíd., Tomo II, página 297
- Ibíd., Tomo I, página 253
- Ibíd., Tomo I, página 353
- Ibíd., Tomo II, página 85