Las mujeres de la Zona Humanitaria “Nueva Esperanza” dicen desconocer los entresijos históricos del 8 de Marzo: quién decidió que ese día se celebraría el día de la mujer, por qué ese día y no otro,… Sin embargo, este día es un evento reconocido por las mujeres desde tiempo antes de que la violencia azotara, en 1997, la cuenca de Jiguamiandó, Chocó, sobre la que se levanta el caserío donde nos encontramos[1]. Ya a principios de los 80’s, un 8 de Marzo, las mujeres salían en marcha hasta Mutatá todas vestidas de blanco y cantando “que viva el día internacional de la mujer trabajadora”, tal y como nos cuenta Severina. Mujeres que desconocen la historia institucional de este día, pero que ellas mismas forman parte de su historia. Un relato que han escrito desde su ser mujer, campesina, mestiza, afro, indígena, colombiana, valiente, superviviente, líder social. Mujeres, al fin y al cabo, que saben lo que es resistir desde mucho antes de la violencia, que sobrevivieron a ésta, y que aún hoy resisten a los nuevos embistes de una guerra tozuda que se niega a dar paso a algo nuevo.
A un lado de esta necesidad de hacer historia, transmitir el relato y tejer futuro es que nos han permitido acompañar una reunión en el que están organizando la agenda de eventos para el día de la mujer. Con una solidaridad sobrecogedora, mujeres de diferentes edades, todas ellas pertenecientes a la Zona Humanitaria de Nueva Esperanza, nos permiten estar presentes en un espacio muy especial facilitado por la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz (CIJP) dónde comparten relatos de lo que significaba ser mujer antes y durante la guerra que azotó sus tierras y la violencia que enfrentan en el presente. Las más ancianas van contando la historia de las mujeres que resistieron a los grupos paramilitares, la guerrilla, el ejército, mientras las más jóvenes toman nota y esperan su momento de la historia, cuando tan sólo eran niñas y ya tenían que enfrentar las diversas incursiones armadas en el territorio. La historia se va tejiendo sobre un lienzo de resistencias, de valentía que toca a mujeres de diferentes generaciones, que vienen desplazadas de lugares muy diferentes, que antes de que la guerra las pusiera a resistir codo a codo en la Zona Humanitaria, cada una venía de su casa, su tradición y que, por lo tanto, tenía su historia. Hoy todas ellas se van cuidadosamente completando los recuerdos con sororidad, como si fueran sólo una.
La reunión comienza con una oración, tras la cuál, las mujeres deciden solidariamente conmemorar a las lideresas y líderes de la comunidad que han sido asesinados, para no olvidar a aquellos y aquellas que han ido dando forma a este territorio[2]. Se va levantando así un hermoso homenaje a las mujeres que se atrevieron a luchar sin armas en medio de una guerra atroz, para construir un mundo más justo e igualitario a pesar de las amenazas y de los peligros. Un homenaje de un pasado que es necesario recordar para seguir levantando posibilidades de futuro.
Los homenajes colectivos dan paso a los recuerdos de cada una. La primera en comenzar el relato es Agripina. Nos cuenta que cuando llegaron al territorio esta tierra era selva, una tierra virgen donde se escuchaban los pájaros y los animales. Para ir a Belén de Bajirá se tardaba uno 2 días de caminata y ahora se llega en 40 minutos en moto, “no andaba nadie por allí”.
Severiana llegó desplazada de Córdoba tras haber sufrido una incursión de un grupo paramilitar en su casa. Buscaban a su esposo, quien en este momento no estaba y recuerda que a pesar de la incursión “gracias a dios no me hicieron nada, porque en esta época, si buscaban al hijo o al esposo y no se encontraba, mataban a la madre o a la esposa o se llevaban a las niñas y quemaban las casas”. Tras este momento decidieron establecerse en la cuenca de Jiguamiandó donde la violencia no había irrumpido aún en la cotidianidad de la gente.
En aquel momento, las mujeres ya reclamaban su participación activa en la comunidad, para la cual se habían organizado en un Comité de Trabajo de las Mujeres dentro de la cual desarrollaban varias actividades: compraban marranos, fritaban patacones, cocinaban sancocho, tamales, galletas, panes y los hombres se juntaban e iban a venderlo en los pueblos. Todos vendían, juntaban todo, se hacía todo en colectivo.
Isnelda cuenta que se encargaban de recoger fondos para lo que se necesitaba; por ejemplo, si los niños no tenían profesor para la escuela o si alguna mujer que se enfermaba y necesitaba medicinas. También, cuando los hombres necesitaban dinero acudían a ellas, de tal forma que eran ellas las que entraban a decidir sobre los proyectos de la comunidad, así fue como hicieron el puente de Caño Claro. Todos los trabajos de la comunidad se hacían en unión entre el comité de mujeres y el de los hombres.
Aquella época dio paso a una oscuridad aún mayor, cuando se sucedieron los desplazamientos masivos de las cuencas de Jiguamiandó y Curbaradó[3]. Recuerdan que, tras el primer desplazamiento, el 25 de marzo de 1997, cuando llegaron a Pavarandó, donde permanecieron unos 14-16 meses, a las mujeres les tocó organizarse muy rápidamente. Crearon una asociación de mujeres con un comité de trabajo para estar pendiente de cómo estaban las casas, controlar cuándo llegaba la ayuda humanitaria para poder distribuirla a las familias y un largo etcétera. Hicieron un censo de las familias desplazadas para poder repartir la comida equitativamente entre las familias. Tuvieron ayuda de la pastoral social de Rio Sucio y de la cruz Roja y se organizaban para saber cuándo las comisiones de ayuda llegaban y, mientras no estaban, crearon un comité de saneamiento en el cual se encargaban de mirar el tema del agua, para prevenir las enfermedades.
Después de 16 meses empezaron a retornar y tuvieron un año tranquilo hasta que en el 2000 llegaron de nuevo los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y quemaron varios caseríos de la zona, entre ellos el de Nueva Esperanza[4], y les toco huir de nuevo. Jaqueline, quien en aquel momento tenía tan solo 5 años, aún recuerda cómo tuvo que huir por el río. Tampoco se le olvida que las mujeres en esta época en la que se sucedieron 14 desplazamientos entre 2001 y 2005[5], tuvieron un papel preponderante para salvar la vida de los hombres: “los hombres no enfrentaban a los paramilitares, sino que eran las mujeres. Es diferente un hombre enfrentando a otro hombre. A veces se hacían grupitos de mujeres para no exponer a los hombres”. Se organizó así la resistencia entre mujeres y hombres para evitar nuevos desplazamientos. Además, cada desplazamiento que se daba era usado por los paramilitares o el ejército para ubicar a la comunidad de uno de los lados del conflicto: según ellos, si huían era porque algo escondían. Las mujeres se acostumbraron a madrugar, empezando a cocinar a las 4:30 de la mañana, para tener comida por si llegaban los paramilitares y tenían que huir. Todo estaba preparado para la peor de las situaciones.
“Las mujeres sufrieron mucho en la guerra” y siguen portando las heridas de su resistencia. Jaqueline nos cuenta la historia de una mujer que tuvo que desplazarse tres días después de haber dado a luz y que hoy sigue sufriendo de anemia porque “su cuerpo lo entregó a la guerra”. Sin ellas, en todos los momentos de la vida de la comunidad, la lucha y la resistencia no habrían sido lo mismo. Ellas contribuyeron de manera valiosa y decisiva al desarrollo de la vida en los intersticios de la violencia. Ahora el proyecto de las mujeres de la comunidad es reactivar este comité de trabajo de Mujeres y tal vez crear una cooperativa donde su trabajo se vea reflejado. Jaqueline resalta la importancia de tener entre ellas algo que les sea propio y de no solo depender de la casa, construyendo colectivamente propuestas de autonomía y feminismo campesino en la región.
A veces les cuesta recordar las fechas con exactitud pero, como lo resalta Agripina, “a pesar de que estamos sufriendo y hemos sufrido nos acordamos” y esos recuerdos, aunque dolorosos, sirven hoy en día para afrontar la llegada de las autodenominadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quienes se están disputando el control territorial, pero también las acciones de la Fuerza Pública colombiana, quien ejecutó, el 6 de diciembre de 2018, un nuevo bombardeo a poca distancia de la Zona Humanitaria de Nueva Esperanza[6] contra un grupo ilegal, reabriendo heridas que el tiempo no había acabado de sanar. Compartir este rato con Isnelda, Agripina, Severiana, Jaqueline, María y las compañeras de Justicia y Paz fue un regalo inesperado para nosotros. El regalo de sentirse parte, de alguna forma, de un relato que merece y necesita ser compartido: el de estas mujeres que cada día le apuestan a la vida, a la resistencia, a la construcción de un territorio donde se pueda respirar en paz.


Mujeres Líderes
Aquella época dio paso a una oscuridad aún mayor, cuando se sucedieron los desplazamientos masivos de las cuencas de Jiguamiandó y Curbaradó[3]. Recuerdan que, tras el primer desplazamiento, el 25 de marzo de 1997, cuando llegaron a Pavarandó, donde permanecieron unos 14-16 meses, a las mujeres les tocó organizarse muy rápidamente. Crearon una asociación de mujeres con un comité de trabajo para estar pendiente de cómo estaban las casas, controlar cuándo llegaba la ayuda humanitaria para poder distribuirla a las familias y un largo etcétera. Hicieron un censo de las familias desplazadas para poder repartir la comida equitativamente entre las familias. Tuvieron ayuda de la pastoral social de Rio Sucio y de la cruz Roja y se organizaban para saber cuándo las comisiones de ayuda llegaban y, mientras no estaban, crearon un comité de saneamiento en el cual se encargaban de mirar el tema del agua, para prevenir las enfermedades.

Bombardeos en Jiguamiandó despiertan viejos temores
A veces les cuesta recordar las fechas con exactitud pero, como lo resalta Agripina, “a pesar de que estamos sufriendo y hemos sufrido nos acordamos” y esos recuerdos, aunque dolorosos, sirven hoy en día para afrontar la llegada de las autodenominadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quienes se están disputando el control territorial, pero también las acciones de la Fuerza Pública colombiana, quien ejecutó, el 6 de diciembre de 2018, un nuevo bombardeo a poca distancia de la Zona Humanitaria de Nueva Esperanza[6] contra un grupo ilegal, reabriendo heridas que el tiempo no había acabado de sanar. Compartir este rato con Isnelda, Agripina, Severiana, Jaqueline, María y las compañeras de Justicia y Paz fue un regalo inesperado para nosotros. El regalo de sentirse parte, de alguna forma, de un relato que merece y necesita ser compartido: el de estas mujeres que cada día le apuestan a la vida, a la resistencia, a la construcción de un territorio donde se pueda respirar en paz.
Aurore Choquet y Adrián Carrillo
Notas de pie
[1] Indira Amaris Martínez : Análisis de las zonas humanitarias de Curvaradó y Jiguamiandó como ejercicio de acción colectiva no violenta (1997-2007) Indira Amaris Martínez [2] El desplazamiento forzado como una estrategia de liberación de espacios para la realización de megaproyectos: El caso de curvaradó y Jiguamiandó 1996-2005, Carlos Eimer Bonilla, 2011, Capítulo 3. [3] Colombia Plural, ¿Y si Colombia recordara Pavarandó?, 21 de diciembre de 2016 [4] El Tiempo, Nueve empresas palmicultoras habrían servido para beneficiar a paramilitares en el Urabá chocoano, 22 de mayo de 2010 [5] Idem [6]Cijp, Bombardeos afectan comunidades en Territorio Colectivo de Jiguamiandó, 8 de diciembre de 2018Themes