Dagoberto viajó dos días desde su hogar en el río San Juan hasta el Urabá. Es la primera vez que visita estas tierras. Viste una camiseta negra marca Adidas y al sonreír revela sus dientes grandes y chuecos, y de buen humor dice “Y lo que nos falta por recorrer”. Es una mañana soleada y el grupo de visitantes, que como Dagoberto lleva días viajando desde las distintas esquinas de Colombia, desayuna posta (como llaman a la carne sudada en la región) y huevos pericos antes de continuar su viaje por río hasta la cuenca de Jiguamiandó.
[caption id="attachment_9806" align="alignnone" width="1200"] Afros, indígenas sikuani, jiws, nasa, wounan nonam, dan muestras de solidaridad con las comunidades del Urabá.[/caption]
Estamos aquí para recordar la Operación Septiembre Negro, perpetrada por paramilitares y militares en la región del Urabá hace veinte años, en la que fueron asesinadas 143 personas[1]. Pero también estamos aquí para celebrar veinte años de resistencia, porque las comunidades que se desplazaron a causa de los combates y la zozobra de la guerra, volvieron años después y crearon Zonas Humanitarias para resistir en sus territorios.
[caption id="attachment_9819" align="alignnone" width="1200"] Trabajadores sacan las pesadas tablas de madera que son exportadas. La tala de árboles es un importante negocio en la región y ha tenido un fuerte impacto en la deforestación y el medio ambiente.[/caption]
¡El pueblo no se rinde carajo! exclama de repente un joven afro y rompe con la sensación de impotencia generalizada que se había apoderado de todos los reunidos. Lo repite una y otra vez; otros se suman al grito liberador hasta que todos lo vociferan entre aplausos. “Sí, es mejor morir haciendo algo”, así concluye la noche y todos se despiden y se acuestan. Al día siguiente nos bañamos en el río color esmeralda que pasa por el pueblo, nos despedimos de los pobladores y continuamos nuestro viaje. Sentados incómodos sobre delgadas y deformes tablas de madera, apreciamos el silencio y la vista de la exuberante vegetación desde el bote. En la Zona Humanitaria Nueva Esperanza la gente nos recibe con afecto. Mientras se reúnen, unos niños matan los pollos para el almuerzo. “Tú no sabes matar pollos” le dice un niño pequeño a otro más grande, le quita el cuchillo y con mano acertada le corta el cuello a una de las aves. Desde el kiosco, escuchamos los cantos de la gente “Óyeme Chocó, oye por favor, tú no tienes por qué estar sufriendo así”. Es lo que cantaron una y otra vez al regresar a sus tierras luego del desplazamiento forzado causado por la Operación Septiembre Negro. En una cacerola están cocinando veinte kilos de arroz. Ya se evaporó el agua y una mujer tapa la olla con hojas de bijao y dos tablas de madera. Otras quitan las plumas de los quince pollos para el almuerzo. Es hora de partir para continuar nuestro viaje. Pero nos llega una noticia inquietante. “Mataron a los hombres de la AGC que mataron a Hernán Bedoya, aquí más adelante”, nos anuncia un señor. “Deben tener cuidado”, añade, y termina con “pero no le digan a nadie que les conté esto”. Dicen que fueron los elenos como llaman a los miembros del grupo guerrillero ELN, que en este año ha expandido su accionar en el Urabá y se está peleando las tierras con las AGC. Otros dicen que uno de los hombres pudo escaparse, noticia que más adelante se confirma. El miedo nos embarga nuevamente. Ha llovido y la única manera de llegar al próximo pueblo es caminar por una trocha de barro. Es mediodía, el sol arde y comenzamos nuestra marcha en silencio hacia Camelias. Todos nos sentimos inquietos, con miles de preguntas. ¿Quién mató a quién? ¿Será que nos encontramos con algún actor armado? ¿Estamos seguros en este lugar? ¿Por qué mataron a Hernán y por qué ahora? Las mochilas pesan, las botas se hunden en el barro una y otra vez. Mi pie se torció en un charco profundo y ahora está inflamado, pero no se puede parar porque el grupo camina de prisa, arrastrado por el temor. A mi lado camina Enrique Cabezas. Carga mucho más de la cuenta porque está ayudando a otros que ya no pueden más. “No nos podemos quejar porque es el camino que elegimos” dice estoicamente. Me doy cuenta que se refiere más al camino de la vida y no a la trocha. Enrique sabe que en cualquier momento también lo podrían matar. Como Mario y Hernán es un importante vocero, uno que debería cuidarse mucho más, denunciar menos, salir de aquí por unas semanas, como le han aconsejado varias personas. [caption id="attachment_9812" align="alignnone" width="1200"] Morna Dick llama por satelital a la casa de PBI para reportar que hemos llegado al punto acordado. En pocos puntos hay señal para móviles. Las llamadas son un importante mecanismo para reportar la salida y llegada de los brigadistas, y para informar sobre acontecimientos y cambios de planes.[/caption] Muchos líderes y lideresas han cambiado de táctica en la época navideña, andan de bajo perfil, caminan con cautela por su territorio, desconfían mucho, hablan poco y solo con amigos y familiares. Según cuentan, en esta temporada hay gente que vende su alma al diablo y matan a cambio de un pago para comprar regalos de Navidad. Poco salen y cuando lo hacen, para trabajar en el campo por ejemplo, se llevan unos familiares con ellos para andar más seguros. Siempre mirando sus espaldas, la mano cerca del machete, por si toca defenderse. Aunque esto tampoco garantiza su seguridad, todos recuerdan el trágico asesinato del reclamante de tierras Manuel Ruíz y de su hijo Samir de 15 años, quien acompañó a su padre a hacer una diligencia, en 2012[4]. Y a Hernán Bedoya le dispararon 14 veces con arma de fuego, mientras montaba su caballo hacía su hogar[5]. El Urabá sigue siendo tierra de nadie donde rige la ley del más fuerte, la ley del hombre que tiene armas. [caption id="attachment_9811" align="alignnone" width="1200"] La delegación y los pobladores recuerdan a los líderes asesinados.[/caption]
El asesinato de Hernán
No nos imaginamos que esta celebración pronto iba a convertirse en un acontecimiento trágico. Antes de comenzar el primer acto de la conmemoración nos llega una noticia que nadie quiere creer. Mataron a Hernán Bedoya, líder de tierras reconocido y querido por todos en la región. Apenas habían pasado diez días desde que neoparamilitares de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) mataron a Mario Castaño, muy cerca de aquí. Ambos líderes tuvieron muchos enemigos, llevaban años reclamando sus tierras, Mario era vocero de la comunidad que pidió la anulación de un título minero de la AngloGold Ashanti[2], Hernán se opuso a la implementación de megaproyectos agroindustriales[3]. La noticia de la violenta muerte de Hernán vuela por Pueblo Nuevo y arrasa con el ánimo de sus pobladores. La alegría que acabamos de sentir ya es historia, el evento fue convertido en velatorio. “Hay que hacer algo antes de que acaben con más líderes”, dice Enrique Cabezas, otro líder amenazado. Comienzan días de catarsis, de análisis de la situación, de entender que se debe cambiar la estrategia de resistencia, pero también reconocer que lo único que pueden hacer es continuar reclamando al Estado sus tierras e insistir en el proceso de restitución.En agosto de este año asesinaron al hijo de un reclamante de tierras, Jesús Alberto Sánchez Correa, de La Larga Tumaradó. En octubre grupos neoparamilitares asesinaron a José Merlín Murillo, de Cacarica.
¡El pueblo no se rinde carajo! exclama de repente un joven afro y rompe con la sensación de impotencia generalizada que se había apoderado de todos los reunidos. Lo repite una y otra vez; otros se suman al grito liberador hasta que todos lo vociferan entre aplausos. “Sí, es mejor morir haciendo algo”, así concluye la noche y todos se despiden y se acuestan. Al día siguiente nos bañamos en el río color esmeralda que pasa por el pueblo, nos despedimos de los pobladores y continuamos nuestro viaje. Sentados incómodos sobre delgadas y deformes tablas de madera, apreciamos el silencio y la vista de la exuberante vegetación desde el bote. En la Zona Humanitaria Nueva Esperanza la gente nos recibe con afecto. Mientras se reúnen, unos niños matan los pollos para el almuerzo. “Tú no sabes matar pollos” le dice un niño pequeño a otro más grande, le quita el cuchillo y con mano acertada le corta el cuello a una de las aves. Desde el kiosco, escuchamos los cantos de la gente “Óyeme Chocó, oye por favor, tú no tienes por qué estar sufriendo así”. Es lo que cantaron una y otra vez al regresar a sus tierras luego del desplazamiento forzado causado por la Operación Septiembre Negro. En una cacerola están cocinando veinte kilos de arroz. Ya se evaporó el agua y una mujer tapa la olla con hojas de bijao y dos tablas de madera. Otras quitan las plumas de los quince pollos para el almuerzo. Es hora de partir para continuar nuestro viaje. Pero nos llega una noticia inquietante. “Mataron a los hombres de la AGC que mataron a Hernán Bedoya, aquí más adelante”, nos anuncia un señor. “Deben tener cuidado”, añade, y termina con “pero no le digan a nadie que les conté esto”. Dicen que fueron los elenos como llaman a los miembros del grupo guerrillero ELN, que en este año ha expandido su accionar en el Urabá y se está peleando las tierras con las AGC. Otros dicen que uno de los hombres pudo escaparse, noticia que más adelante se confirma. El miedo nos embarga nuevamente. Ha llovido y la única manera de llegar al próximo pueblo es caminar por una trocha de barro. Es mediodía, el sol arde y comenzamos nuestra marcha en silencio hacia Camelias. Todos nos sentimos inquietos, con miles de preguntas. ¿Quién mató a quién? ¿Será que nos encontramos con algún actor armado? ¿Estamos seguros en este lugar? ¿Por qué mataron a Hernán y por qué ahora? Las mochilas pesan, las botas se hunden en el barro una y otra vez. Mi pie se torció en un charco profundo y ahora está inflamado, pero no se puede parar porque el grupo camina de prisa, arrastrado por el temor. A mi lado camina Enrique Cabezas. Carga mucho más de la cuenta porque está ayudando a otros que ya no pueden más. “No nos podemos quejar porque es el camino que elegimos” dice estoicamente. Me doy cuenta que se refiere más al camino de la vida y no a la trocha. Enrique sabe que en cualquier momento también lo podrían matar. Como Mario y Hernán es un importante vocero, uno que debería cuidarse mucho más, denunciar menos, salir de aquí por unas semanas, como le han aconsejado varias personas. [caption id="attachment_9812" align="alignnone" width="1200"] Morna Dick llama por satelital a la casa de PBI para reportar que hemos llegado al punto acordado. En pocos puntos hay señal para móviles. Las llamadas son un importante mecanismo para reportar la salida y llegada de los brigadistas, y para informar sobre acontecimientos y cambios de planes.[/caption] Muchos líderes y lideresas han cambiado de táctica en la época navideña, andan de bajo perfil, caminan con cautela por su territorio, desconfían mucho, hablan poco y solo con amigos y familiares. Según cuentan, en esta temporada hay gente que vende su alma al diablo y matan a cambio de un pago para comprar regalos de Navidad. Poco salen y cuando lo hacen, para trabajar en el campo por ejemplo, se llevan unos familiares con ellos para andar más seguros. Siempre mirando sus espaldas, la mano cerca del machete, por si toca defenderse. Aunque esto tampoco garantiza su seguridad, todos recuerdan el trágico asesinato del reclamante de tierras Manuel Ruíz y de su hijo Samir de 15 años, quien acompañó a su padre a hacer una diligencia, en 2012[4]. Y a Hernán Bedoya le dispararon 14 veces con arma de fuego, mientras montaba su caballo hacía su hogar[5]. El Urabá sigue siendo tierra de nadie donde rige la ley del más fuerte, la ley del hombre que tiene armas. [caption id="attachment_9811" align="alignnone" width="1200"] La delegación y los pobladores recuerdan a los líderes asesinados.[/caption]
El duelo
Unas mujeres con el pelo recogido en un moño y con los ojos rojos e hinchados por tanto llorar, han pasado toda la noche en vigilia frente al ataúd de Hernán. En la temprana mañana llegan otros enlutados y se sientan en silencio bajo las carpas plásticas frente a la casa improvisada. Unos niños juegan con avionetas que hicieron con cartón para pasar el tiempo. En frente parquean varios carros blindados 4x4 de la gente de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. Llevan años acompañando a Hernán y han venido para presentar sus respetos. Ha asistido poca gente porque sus amigos tienen miedo de salir de las veredas, confirma su hija adolescente. Cuando el padre Alberto comienza la misa todos se reúnen alrededor del ataúd. Sus hijos, caídos sobre el piso de concreto, lloran sin consuelo. Durante lo que parece una eternidad escuchamos sus desesperados llantos hasta que cae la noche y la reunión se disuelve. Al siguiente día nos levantamos en la madrugada, para viajar nuevamente durante tres horas desde Apartadó hasta Belén de Bajirá para acudir al funeral de Hernán. La buseta pasa por largas extensiones de plátano y ganado, un reflejo de la desigualdad en la distribución de las tierras en Colombia: el 80% está en manos del 1% de la población, los grandes terratenientes. El cortejo fúnebre recorre las calles destapadas y malolientes de Belén de Bajirá a pie, en moto y en carros blindados, donde van los defensores de derechos humanos debido a las amenazas. Los transeúntes intentan saltar los charcos para no ensuciarse. También hacen presencia los enemigos de Hernán, que al parecer aún en la muerte buscan atormentar y desmoralizar a su familia, a los líderes y miembros de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, dejando claro que allí están, vigilando a quienes se atrevan a denunciar, reclamar, defender. En el cementerio los enlutados notan a tres hombres de las AGC, quienes han seguido a la congregación hasta el lugar[6]. En una pequeña fosa detrás de un muro de cemento termina la lucha por la tierra para Hernán Bedoya. Ahora es el turno de sus hijos; ellos regresarán a la finca para continuar con lo que comenzó su papá.Texto y fotos: Bianca Bauer