A Maritze Trigos no se le borra su optimismo. Es muy fácil escucharle. Cautivada, me aferro a sus palabras, al tono de su voz y a su sonrisa noble que no esconde nada. Me viene el recuerdo de aquel día que la conocí. Yo acababa de recorrer medio país para alcanzarla enTuluá, (Valle del Cauca). Eran tempranas horas de la mañana, y Maritze se escapó de casa para venir a recogerme antes de viajar juntas a Trujillo, lugar donde acompaña a un grupo de víctimas que han sobrevivido a hechos que más adelante les narraré. El cariñoso abrazo de bienvenida, que me regaló, me produjo un sentimiento de que quien tenía en frente de mí era mi abuelita.
Maritze es una monja poco convencional, que lleva más de medio siglo trabajando por la defensa de los derechos humanos. Su biografía, más que emocionante, es la de una mujer incansable, luchadora, soñadora, entregada a los demás. Una se preguntar: ¿como llegó a convertirse en la lideresa que es?
Creció en un clima de mucho amor, sensibilidad y libertad. Se ríe mientras recuerda que, en esa época, era poco común ver a las niñas andando en bicicleta con pantalones: “¡La vas a perder!”, le decían las monjas a su madre, hablando de Maritze. Si bien el ambiente familiar no era muy religioso, se educó con las Dominicas desde los tres años, una educación de mucha disciplina que agradece mucho haber tenido.
Fue en Bucaramanga, donde llegó a los catorce años para terminar el bachillerato, la ciudad en la que empezó a abrir un poco más los ojos. Ahí conoció la realidad de las barriadas más pobres de la capital. A pesar de ser bailarina y fiestera, esto fue tocando su conciencia. Ahí también descubrió que la vida religiosa era una buena opción de vida para luchar por los demás y por una sociedad más digna. Entonces, para la sorpresa de muchos, tomó su primera gran decisión a los diecisiete años: entrar en un convento.
Seis meses después, en el marco de un intercambio entre monjas europeas y latinoamericanas, embarcaba para uno de los viajes más decisivos de su vida; fue a Francia para continuar su formación en teología. Otro mundo, otra cultura, otra realidad. La corriente existencialista acababa de alcanzar su apogeo y la joven Maritze, con sed de conocimiento, pudo acercarse a los textos de Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre. También fue ahí que descubrió a Paulo Freire y su propuesta de educación liberadora, a Simone de Beauvoir y sus escritos sobre el valor de la mujer, y pudo beber directamente de la propuesta de Marie Poussepin, (fundadora de la Congregación Dominicas de la Presentación en el siglo XVIII), una “mujer sensible, audaz, creativa, que realmente en su época ejerció un liderazgo social, a pesar de los obstáculos de la vida”. De hecho, esta descripción me hizo pensar mucho en Maritze.
Era principios de los años 60 y Francia vivía una situación delicada con muchas protestas contra los modos de vida y los derechos restringidos. En esta misma década, Maritze fue testigo de momentos que marcaron la historia, como el Concilio Vaticano II o la revolución de mayo del 68. Pero quizá uno de los momentos más vibrantes e impactantes para ella, fue el sentir que “en Europa estuvieran haciendo la memoria del Padre Camilo Torres”, por sus aportes como sacerdote, sociólogo, humanista, pedagogo, líder social, pionero de la Teología de la Liberación, (más allá de su opción de integrar, a finales de 1965, las filas de la organización guerrillera del Ejército de Liberación Nacional, ELN)[1].
Maritze volvió a Bogotá a principios de la década de 1970, con más preparación política y una opción de vida más afirmada que nunca, la de querer vivir la vida religiosa de otra forma: “yo no me hice religiosa para vivir en un convento, sino para vivir dentro del pueblo”.
Mujer de libre pensamiento y obstinada, no quería acomodarse a todas las normas de su Congregación, y rompió varias veces con la tradición dominica: dar clases en institutos públicos, no ponerse el hábito, participar en marchas, vivir con el pueblo. Por ello, la expulsaron tres veces. Finalmente, después de años de ir y venir, al ver su firme entrega por la causa comunitaria y que esto era su vida, le dejaron hacer sus votos perpetuos, aceptándole tal como era y dejándole vivir la vida religiosa con mucha libertad.
Desde entonces, ella ha estado viviendo y trabajando en los sitios más misérrimos y azotados por el conflicto armado colombiano. Recuerda, por ejemplo, sus años trabajando con drogadictos e indigentes en la zona bogotana del Cartucho, donde funcionaba el mayor centro de expendio de drogas de la ciudad.
Le ha tocado vivir momentos difíciles. Pues entregarse a los demás con una perspectiva en derechos humanos no ha sido una labor sin coste. Me describe cómo vivió y tuvo que afrontar una incursión paramilitar o aquella vez que le apuntaron con una pistola y ella pensó que ésos iban a ser sus últimos momentos de vida.
[caption id="attachment_3085" align="alignnone" width="1200"] La Asociación de Familiares de Víctimas es un ejemplo de resistencia y de la construcción de memoria en Trujillo, lugar que fue el escenario, entre los años 1986 y 1994, de actos de crueldad, que van mucho más allá de lo que puedo llegar a comprender.[/caption]
He recorrido las calles, plazas y rincones de Trujillo al lado de Maritze. Camina con confianza y no se le escapa nada ni nadie. Saluda a todo el pueblo con un afecto espontáneo y caluroso, y le dicen “hermanita” con un cariño reciproco. Este municipio, que parece respirar tranquilidad en medio de las montañas y una abundante vegetación, fue el escenario entre los años 1986 y 1994, de actos de crueldad, que van mucho más allá de lo que puedo llegar a comprender, que mancharon a la comunidad con la sangre inocente de 342 personas. Esta acción sistemática de aniquilamiento de la población civil, conocida como la tristemente famosa ‘Masacre de Trujillo’, se realizó en un contexto de lucha por el control de este corredor estratégico que da paso al Pacífico, en medio del cual la población estaba constantemente señalada de auxiliar a grupos de la insurgencia presentes en la zona.
[caption id="attachment_3088" align="alignnone" width="1200"] En el Parque Monumento hay más de 230 osarios, en siete niveles, uno por cada año del horror, y en ellos están inscritos los nombres de las víctimas, así como su profesión u oficio.[/caption]
En Trujillo, Maritze acompaña a la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo, (Afavit), desde hace más de quince años y les apoya en procesos de reparación y memoria colectiva como “grito de justicia, una denuncia permanente, un reclamar derechos”. Empezó con Afavit un proceso de formación en derechos humanos, del cual salieron buenos líderes. Sacó sesenta y seis restos de cuerpos torturados de la tierra con sus propias manos durante un proceso de exhumación de las personas desaparecidas en la masacre. Estos restos reposan actualmente en osarios, del emblemático y hermoso, Parque Monumento que conmemora las víctimas, las cuales fueron dignificadas mediante esculturas talladas en el barro por sus familiares, que sirven de homenaje y como una manera de afrontar el duelo ante las pérdidas de sus seres queridos.
Haber acompañado a Maritze y haber tenido la oportunidad de ver su relación con las personas de Trujillo en su mirada, deja entrever la admiración que siente por los familiares de las víctimas. Veinte años después de los hechos, este pequeño grupo de jóvenes y mayores sigue persistiendo y reclamando justicia, a pesar de las adversidades que esto conlleva, convirtiéndoles así en símbolos de fuerza moral y de resistencia.
Sobre la vida de Maritze podría escribirles toda una novela. De hecho, varias, ya que es difícil imaginar todas las experiencias de dolor y esperanza que ha vivido en tan solo una vida. En eso admiro mucho a Maritze, tan bajo perfil, una mujer tan grande. Sin embargo, lo que me hace sentir más privilegiada, es que con el paso del tiempo se haya convertido en una persona muy especial en mi vida, una gran amiga y una fuente de inspiración para todas las mujeres que queremos contribuir a la transformación de nuestra realidad con un enfoque especial en derechos humanos.
Delphine
Notas de pie:
- Camilo Torres murió en su primer enfrentamiento con las fuerzas del ejército colombiano en la vereda Patio Cemento, municipio de en San Vicente de Chucuri (Santander), el 15 de febrero de 1966.