Mi hijo Héctor era carpintero. Con todos mis hijos me llevo muy bien y con él, que era el mayor, aún mejor. Me acuerdo tanto del domingo 3 de agosto de 2014, me dijo: “Mamá, he conocido a una muchacha. Estoy enamorado”. Estaba muy feliz. El día siguiente, después del trabajo, lo llamaron supuestamente dos amigos. Luego vinieron por él para que fuera a construir la fachada de una casa. A mí me dieron mala espina, pero Héctor me dijo que no pasaba nada. Era mentira. Ya tenían un plan preparado para matarlo. Nunca más regresó; tenía 34 años.
El 18 de diciembre del año siguiente, me entregaron sus restos. No sé qué pasó. Sólo sé que lo picaron (desmembraron). Nunca lo vi metido en pandillas. Quizás tuvo amistades malas, una nunca sabe. Pero bueno, era mi amigo, era mi todo, una maravilla de hijo. A veces no puedo creer lo que me está pasando, porque es lo peor que le puede pasar a una madre. Pero nunca tomé represalias contra nadie, a pesar de que le hayan dado una muerte muy cruel. Ya los perdoné, pero no le miento, me duele el alma. No olvido. Sigo llorando. Quisiera en este momento tener de frente a todos los asesinos de mi hijo, porque me urge saber la verdad. Mi esperanza es que realmente haya paz: vivir tranquila, en armonía y libre de esta tortura personal.
Marile Caicedo, Buenaventura