“No siempre mencionamos el agua limpia y la alimentación para nuestras comunidades y familias como actos de resistencia, porque parecen ser tan cotidianos… pero forman parte indispensable de la defensa de nuestros territorios y la defensa de la vida”.
Estas fueron las palabras de Miriam Teresa Vidal Camayo en las Escuelas de la Memoria para la no Repetición en el Cauca, una iniciativa de educación popular organizada por el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo en varias regiones de Colombia, para informar y discutir sobre los acuerdos de paz con las Farc, la memoria histórica del conflicto armado y para apoyar el trabajo de movimientos locales, en defensa de la tierra y del medio ambiente. Las escuelas reflejan no solamente la historia política del conflicto, sino que involucran a las comunidades en el análisis de los efectos de la violencia en sus territorios, y en la salud y el bienestar psicosocial de sus comunidades. Después de una mañana de estudio en grupo y de reflexión individual, nos reunimos para almorzar y Miriam, una mujer afrocolombiana quien se especializa en cocina tradicional y es una defensora local de los derechos del medio ambiente, nos invitó a considerar y a valorar el vínculo más integral que tenemos con la tierra: el alimento que ingerimos.
Cosechar y preparar alimentos tradicionales, como otras tantas actividades y trabajos aparentemente cotidianos que sostienen a las comunidades y familias, son también acciones que sirven de soporte a las diversas culturas colombianas, históricamente excluidas, y simbolizan poderosamente sus estrechos vínculos con la tierra. Los territorios ancestrales tienen un significado cultural para las comunidades afrocolombianas, indígenas y campesinas, y todas ellas a su vez han jugado un papel histórico en la defensa de la tierra y de los derechos medio ambientales en Colombia. Muchas prácticas espirituales y de sanación, tales como música y danzas, medicina tradicional, alimentos típicos, y el intercambio y conservación de semillas, están conectadas con la tierra. Para las comunidades que han enfrentado la posibilidad de desalojo, desplazamiento o cooptación de tierras, estas prácticas recuperan la conexión cultural con la tierra y ayudan a reconstruir el tejido social. En poco tiempo, se convierten en actos de resistencia.
La presencia y el control de los actores armados sobre territorios tradicionales, pone a las comunidades en gran riesgo no solamente en términos de pérdida del sustento económico, desplazamiento y violencia, sino que conlleva también riesgos emocionales y culturales – la pérdida de rituales tradicionales conectados con la tierra, la pérdida de la cohesión comunitaria y la división de los movimientos de resistencia, tienen consecuencias inmediatas e intergeneracionales de salud, psicológicas y sociales. Perder el derecho a proteger la tierra puede resultar en la contaminación de ríos y fuentes de alimentos, además de trastornos en la cultura y economías tradicionales.
Como cuidadoras, curanderas, parteras y defensoras de derechos, las mujeres suelen estar a la vanguardia de los esfuerzos para proteger la tierra. Ellas son a menudo las primeras en entrar en contacto con los impactos físicos y de salud mental que sufren sus familias, debido a la polución, la violencia y el desplazamiento, y están a cargo de la recuperación y de brindar apoyo a sus familiares, frente a sus traumas y las demás consecuencias que trae la violencia. El control armado de sus territorios por lo general empeora las desigualdades sociales, culturales y de género ya existentes, al igual que la violencia basada en género. Las mujeres que defienden la tierra enfrentan un doble riesgo, en parte por resistir a los actores armados y sus intereses, en parte porque son mujeres: Ellas deben enfrentar los estigmas o la presión basada en estereotipos de género que las marcan como “promiscuas”, “poco femeninas”, o que han abandonado a sus familias. También deben trabajar al interior de estructuras sociales, donde las mujeres viven la exclusión de la participación política y son adicionalmente marginadas si forman parte de la cultura campesina, afrocolombiana o indígena. Las mujeres que defienden la tierra en estas comunidades no solamente hacen frente a estas amenazas, sino que a menudo al resistirse a los megaproyectos y a la industria, están abogando por una forma nueva y más sostenible de comprender el desarrollo, una que respeta el medio ambiente, el conocimiento tradicional y la salud de las comunidades.
Las amenazas contra la tierra y las comunidades que viven de ella, se encuentran en la raíz de la violencia política que continua a pesar del proceso de paz y afecta desproporcionalmente a las mujeres, así como a las personas más marginadas históricamente en Colombia. La participación y los derechos sobre la tierra para estas comunidades son indispensables en el proceso de paz, incluyendo el respeto a los territorios y culturas tradicionales. En palabras de Miriam, “Algunas veces pasamos por alto las tareas culturales cotidianas, como la preparación de alimentos y el cuidado de los demás. Lo hacemos de prisa, no lo apreciamos. Históricamente era el ‘trabajo de una mujer’. Pero debemos defender la nutrición tradicional y el cuidado que son parte de aquello que nos conecta con nuestro territorio, con nuestras comunidades. Ellos son necesarios para vivir con dignidad y son la clave para una paz duradera y sostenible”[1].
Heidi Mitton
Nota de pie:
[1] Asociación para los derechos de las mujeres y el desarrollo: Defensoras de derechos humanos confrontando a las industrias extractivas: Un panorama de los riesgos críticos y las obligaciones en materia de derechos humanos, 2017; Corporación Avre: Suroccidente colombiano: Identidad cultural y género en el acompañamiento psicosocial y en salud mental, 2009*Foto de portada: Bianca Bauer