La situación en Colombia es realmente preocupante. Durante el primer semestre de 2019 la sociedad colombiana y la comunidad internacional hemos sido nuevamente testigos de la persistencia de conflictos armados[1] y dinámicas de violencia con raíces socioeconómicas que atraviesan los diferentes territorios del país: desde el Caribe hasta los llanos orientales, pasando por el Magdalena Medio, los Santanderes, bajando hasta la frontera sur del país y, por supuesto, el Suroccidente. El país vive una reconfiguración del conflicto bélico que lleva azotando este rincón del planeta desde hace más de medio siglo.
En el 2016 se empezó a contabilizar los atentados en contra de los y las líderes sociales, un fenómeno que ha hecho tristemente famoso a Colombia[2]. También el 2016 fue el año del Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y la exguerrilla de las FARC-EP, un año que volvió a alimentar las esperanzas de muchos colombianos y colombianas que sólo habían conocido la guerra, o para quienes la paz era sólo cosa del pasado. A pesar del esplendor de las promesas, la realidad se ha ido llenando de retrasos en la implementación de los acuerdos[3], intentos de modificación de los mismos[4], noticias preocupantes sobre órdenes de letalidad del ejército colombiano que ponen en riesgo a la población civil[5] y, finalmente, la contabilización de las agresiones a líderes que han ido poco a poco enterrando la alegría: en mayo de 2019 ese recuento alcanzó la escalofriante cifra de 702 líderes/as asesinados y asesinadas, según las cifras de Indepaz[6]. La situación es tan compleja que entre abril y mayo vimos a miles de líderes convocados en la Plaza de La Macarena de Bogotá en un refugio humanitario, quienes exigían al Estado la construcción e implementación de una política pública de protección a sus vidas[7]. Aquel evento pasó, aunque las cifras no han dejado de sumar. Pero, ¿qué significan esos datos? A veces puede ser complejo entender y, sobre todo, sentir lo que las cifras tratan de representar. Para ello necesitamos aclarar de qué hablamos cuando hablamos de agresiones a líderes y lideresas.
Como parte del equipo de PBI, tenemos la fortuna de acompañar a muchas de estas personas en sus territorios y no dejamos de pensar, tras conocerlas, que su liderazgo es, de una forma u otra, una necesidad de todos y su protección un derecho de todos y todas nosotras. A fin de cuentas, son estos líderes y lideresas quienes protegen la memoria y sabiduría ancestrales de la que tanto podemos aprender, incluso aquellos que hemos nacido a miles de kilómetros de distancia del Cauca, o del Naya, nombres que por desgracia suelen identificarse más con la violencia que con los derechos humanos que sus comunidades defienden desde hace tantos años. Los y las líderes/as son esas personas que están cultivando formas humanas de ver el mundo y es realmente trágico que por esta labor lo tengan que arriesgar todo: No sólo sus vidas, sino también la de sus hijos e hijas, la permanencia de sus comunidades, la subsistencia de sus tradiciones. Ese conocimiento vivo que ha ido decantándose por cientos de años en lugares como el San Juan, en la zona rural de Buenaventura, es lo que realmente colorea la gran sociedad humana que somos, una sociedad en la que tenemos todos el derecho de mirarnos y sentirnos reconocidos, pero que si no lo protegemos pronto nos será imposible.
Con cada uno de esos asesinatos que llenan las páginas de la prensa nacional e internacional[8], no sólo añaden un número a la lista, también hay una parte de todos nosotros que muere con ellos y que, aunque no lo veamos, logra traspasar las fronteras, las culturas e incluso los idiomas. Sus vidas son la barrera de coral, las raíces que frenan la destrucción y la deforestación de todo aquello que nos constituye como especie. Con su pérdida también quedan expuestos el futuro de nuestros ríos, nuestros mares, nuestros bosques, nuestra subsistencia en el planeta, nuestra salud y la de aquellos que vendrán detrás nuestra y que, como nosotros, también tienen derecho a disfrutar de la riqueza de la que nuestro planeta nos probé.
Por ello, un líder y una lideresa social son aquellas personas que han decidido, en conjunto y con el apoyo de su comunidad, abanderar nuestros derechos. Así parecería entenderlo la Universidad Intercultural de los Pueblos (UIP), un proceso pedagógico orientado a la formación de líderes y lideresas desde la construcción colectiva de conocimientos para el buen vivir de los pueblos en Colombia y Latinoamérica.
El proceso pedagógico que llevó a la conformación de la Universidad nació en el año 1999, por la necesidad de reconstruir el tejido social roto por la violencia política, los asesinatos selectivos, masacres y desplazamientos forzados ocasionados por grupos paramilitares organizados en los Bloques Pacífico, Farallones y Calima, pertenecientes a las Autodefensas Unidas de Colombia que operaban en la zona. Es por ello importante resaltar que el antecedente directo de la Universidad fue la propuesta de diplomados de educación e investigación en derechos humanos en la que se graduaron 950 defensores y defensoras de derechos humanos de la región, bajo la coordinación de la Asociación NOMADESC, fundadora de la UIP y quien actualmente coordina el Consejo Académico. Detrás de NOMADESC se encuentra Berenice Celeita, defensora de derechos humanos y presidenta de esta organización, quien es actualmente acompañada de PBI. Para esta defensora, defender la cultura, en un sentido amplio del término, “es lo más importante”, pues es esa “cultura la que nos permite resistir”.
[caption id="attachment_11124" align="alignnone" width="1200"] Berenice Celeyta (Nomadesc) en un taller de la UIP[/caption]
Por las aulas de la UIP, que son esos mismos territorios que hoy, al igual que ayer, están amenazados por actores ilegales o mega-proyectos[9], han pasado líderes de renombre como Francia Márquez, reconocida por, entre otras cosas, ser la ganadora del Premio Medioambiental Goldman en abril de 2018 que se concede a defensores y defensoras de la naturaleza y el medio ambiente[10]. Las organizaciones, pueblos y sectores de base pertenecientes a la UIP son la memoria histórica de graves violaciones de los derechos humanos en los años 90 y 2000. Algunos de los miembros del Consejo Académico son sobrevivientes de las épocas más crueles e inhumanas que ha vivido la región y el país[11]. Pero también hoy en día los líderes guardan de nuevo, por desgracia, los recuerdos de ataques como el vivido por Francia Marquez el 4 de mayo, cuando fue objeto de un atentado con una granada en el norte del Cauca, donde se encontraba junto a otros líderes pertenecientes al Proceso Comunidades Negras (PCN), a la Asociación de Consejo Comunitarios del Norte del Cauca (ACONC) y de la Asociación de mujeres afro-descendientes del Norte del Cauca (ASOM), en el marco de la Minga Nacional[12]. Gracias a la capacidad de resiliencia impulsada y fortalecida por los procesos pedagógicos, investigativos y psico-sociales, estos líderes y lideresas a quienes los estudiantes llaman mayores y mayoras, en señal de cariño y reconocimiento, hacen parte del tejido de maestros y maestras con los que cuenta la Universidad, que han promovido diálogos intergeneracionales para conocer, reconocer y proyectar inter-cultural e inter-generacionalmente las propuestas de la región.
La UIP recoge la experiencia de más de 15 años de camino, de diálogo de saberes, vivencias y experiencias pedagógicas de la mano de las organizaciones sociales, étnicas y populares de la región del Suroccidente colombiano. El trabajo de la UIP está enfocado en la formación de jóvenes defensores/as de derechos humanos que ya están activos en sus comunidades, especialmente en los derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales, y en la articulación de procesos sociales, étnicos, campesinos y populares. Para ello, la UIP cuenta con tres programas formativos en materia de derechos humanos: Modelos de desarrollo y derechos de los pueblos; Planes de vida y humanismo social; Soberanías y Buen vivir.
“El mayor logro de La Universidad Intercultural de los Pueblos es la participación de las comunidades en la decisión sobre sus planes de vida, armonía y equilibrio, acumulado vital que nos anima a continuar las luchas por los derechos de los pueblos”. Ese equilibrio y armonía se representan de muchas formas, por ejemplo, bajo la soberanía alimentaria; es decir, que todos pudiéramos comer, de forma saludable, y comerciar como quisiéramos con eso que cultivamos y producimos. También el derecho a nuestra cultura, a vivir según nuestros propios valores y principios, a comunicarnos en nuestra propia lengua. La UIP representa un espacio fundamental de articulación y formación de liderazgos. A través de recorridos territoriales, la UIP propone a sus alumnos aprender desde lo vivido: Un recorrido permite visitar una comunidad de un miembro de la UIP y de entender la historia de su proceso organizativo territorial. Así se aprende lo que no es ajeno para nadie: el cultivo de las sabidurías ancestrales, la pervivencia de nuestras lenguas y culturas, la salud de nuestros ríos y bosques, la de nuestros hijos e hijas.
Esas personas y comunidades que están en riesgo siguen siendo el dique de contención contra la destrucción y saqueo de lo común: aquello que nos permite alcanzar y desarrollar lo que las comunidades llaman ‘el buen vivir’. Junto a ellos, no podemos más que respaldar proyectos como la UIP que se preocupan por acompañar a lo/as nuevo/as líderes/as del Suroccidente y facilitar que sigan desarrollando su trabajo pese a los ataques despiadados que reciben.
¿Qué falta para que empecemos a compartir esa carga que hoy en día llevan los/las líderes/as y las comunidades en Colombia? Entre otras muchas cosas, falta sensibilización. Estar sensibilizado/a con un tema es ‘sentirlo’ como algo propio. Así como no podemos mirar a otra parte cuando nos quemamos; así debería ardernos, a todos y todas, el conflicto que se vive en Colombia hoy en día y las cifras de líderes y lideresas asesinados.
Sophie Helle y Adrián Carrillo