Antes de anochecer, un pequeño grupo de hombres y mujeres se reúnen en el waffe, (puerto), de Turbo para poner velas en vasos de plástico, que sirven de improvisadas antorchas, y las reparten a los presentes, junto con unas banderas blancas con la palabra “paz” escrita. Las niñas se las colocan en sus moños, dándole un tono más pintoresco al grupo, que es cada vez más numeroso y que ya está pronto para marchar. Al caer la noche, comienza la caminata, en silencio, por las calles de Turbo, bajo las miradas curiosas de los lugareños. El recorrido es hasta el Coliseo de la ciudad, en el que hace 20 años, más de 2.300 personas desplazadas de la cuenca del Bajo Atrato por la Operación Génesis, quedaron hacinadas en condiciones extremas, durante más de tres años en este lugar[1]. Durante la marcha hay momentos de silencio profundo, las difíciles condiciones en las que vivieron esos años todavía están marcadas en el corazón de los vecinos de la cuenca. Todos ellos mantienen una memoria muy viva de lo que padecieron. La llegada al Coliseo estremece, cada uno de los miembros de la marcha, (acompañada por varias organizaciones internacionales), sabe qué ocurrió en este recinto. Algunos de ellos nos cuentan en primera persona cómo lo vivieron:
[caption id="attachment_7429" align="alignnone" width="1200"] Al caer la noche, comienza la caminata, en silencio, por las calles de Turbo, bajo las miradas curiosas de los lugareños.[/caption]
Denis tenía apenas nueve años cuando la violencia llegó a Cacarica, (territorio ubicado en la Reserva Forestal del Pacífico en el Bajo Atrato). Vivía con sus padres y diez hermanos en una finca lejos del pueblo. Recuerda ese día como si fuera hoy: recién levantada, el 27 de febrero de 1997, se escucharon disparos y salieron de la casa. Los perros aullaban. Su papá les mandó que regresaran adentro y les prohibió salir, mientras él fue al pueblo para averiguar lo que sucedía. Con horror se enterró de que los paramilitares habían humillado y asesinado al vecino Marino López ante todos los que se encontraban en el pueblo de Bijao, le habían cortado la cabeza y habían jugado al fútbol con ella.
Al regresar a casa, el papá de Denis ordenó a todos empacar rápidamente las cosas básicas, a sus hermanos más pequeños les subieron a las mulas y todos fueron apresuradamente hasta el pueblo de El Limón. Durante el trayecto, Denis vio a mucha gente que corría atemorizada; mientras los paramilitares les decían que tenían que desocupar el territorio inmediatamente porque ellos estaban allí “para buscar a la guerrilla”. Algunos cruzaron a pie las selvas del Darién hacía Panamá, un viaje que duraba varios días, pero la mayoría se fueron en botes por el río Peranchito y Perancho, hasta llegar al Atrato, cruzar el Golfo de Urabá y, finalmente, llegar al puerto de Turbo.
Denis recuerda que incluso se hundió un botecito porque había más gente de la que podía transportar. Nunca más volvieron a ver a sus aves de corral, ni al ganado y ni a las mulas que tenían en su finca, algo que les ocurrió a todos los demás desplazados, aunque quién logró sacar alguna res, pero después la tuvo que malvender al llegar a Turbo. Más tarde se enteraron que los paramilitares sacaron al ganado de las fincas a través del río Salaquí para venderlos, ellos sí, a un precio mejor.
En Turbo, la Policía les estaba esperando en el waffe, bajaron de las pangas (lanchas) e inmediatamente les subieron a las chivas y carros para llevarlos al Coliseo. Durante meses durmieron en el piso y en las graderías. No hubo baños sanitarios, ni agua. Salvo las grandes ONG nadie del Estado o de la ciudad les ofrecía ayuda, la crisis humanitaria era grave, además la Policía tenía un dispositivo que rodeaba el Coliseo y les decían “de esta cerca para allá, (hacia la ciudad), nosotros no respondemos, tienen que quedarse todos metidos dentro de este perímetro; el que salga lo hace bajo su responsabilidad”. Los paramilitares vigilaban el Coliseo, incluso atravesaron el perímetro policial y entraron en el recinto deportivo en varias ocasiones, amenazando a los desplazados. En una de las incursiones se llevaron a Herminio, uno de los líderes al que acusaban de ser colaborador de la guerrilla, y lo asesinaron.
Los desplazados no confiaban en las instituciones, no se fiaban del Estado, ellos mismos habían presenciado que el Ejército había colaborado con los paramilitares durante el desplazamiento.
Jaheira tenía siete años, cuando ocurrió todo esto, y tiene muy presente el sufrimiento y la tristeza en la que vivieron, ella extrañaba el entorno en el que había vivido siempre, le faltaba su río, sus montañas… En el colegio, tenían que sufrir las acusaciones de los demás niños que les gritaban: “¡desplazados!” y les marginaban.
En medio del caos y la desesperación llegó un grupo de defensores de derechos humanos de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y se ofrecieron a trabajar con y por ellos, para que pudieran regresar a sus tierras.
[caption id="attachment_7426" align="alignnone" width="1200"] Algunas familias desplazadas lograron salir del Coliseo y se ubicaron en estos albergues en Turbo.[/caption]
Con este apoyo, los líderes y lideresas unieron sus fuerzas para hacer frente a la situación, comenzaron por constituir el Consejo Comunitario de la Comunidad Negra. A finales del 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, solicitó al Gobierno imponer medidas cautelares a los desplazados, con el fin de protegerlos de las amenazas, señalamientos y hostigamientos que recibían por parte de los paramilitares.
Después de muchas reuniones, trabajo e insistencia consiguieron que el Estado apoyara el retorno y les entregara el Título Colectivo. En 1999, el Instituto Colombiano de Reforma Agraria adjudicó a las comunidades de Cacarica 103.561 hectáreas de la tierra donde sus ancestros habían vivido desde el siglo XVIII, cuando los descendientes de los esclavos traídos siglos atrás de África optaron por el cimarronismo y se refugiaron en las selvas profundas del Bajo Atrato.
También este mismo año se declararon “Comunidad de Autodeterminación, Vida y Dignidad, (Cavida)” y comenzaron a trabajar para que sus hermanos que habían huido a Panamá y, posteriormente, trasladados y hacinados en condiciones pésimas a Bahía Cupica fueran reubicados en Turbo para unirse a ellos y así comenzar el retorno juntos.
[caption id="attachment_7423" align="alignnone" width="1200"] En el waffe de Turbo antes del retorno en 2000.[/caption]
Mientras, los hombres y mujeres más experimentados en las labores agrarias y en ganarle terreno a la selva, volvieron a atravesar el golfo de Urabá, navegaron por los ríos Atrato, Perancho y Peranchito hasta Cacarica para “medir el aceite”, como nos contaba Pascual, un vecino de la Zona Humanitaria que estuvo entre los primeros que volvieron a su territorio en las misiones exploratorias para “poner el pecho a ver qué pasaba”. Constataron que la selva se había tragado sus casas y cultivos; que muchos árboles habían sido talados y de otras tantas especies no quedaba prácticamente nada. Recuperaron semillas y comenzaron a sembrarlas: arroz, yuca, maíz, para que cuando regresara toda la población tuvieran con qué alimentarse. En las primeras misiones no encontraron oposición, ni restos de la guerrilla ni de los paramilitares.
[caption id="attachment_7407" align="alignnone" width="1200"] En 2000 retornaron a Cacarica. Foto: Julien Menghini[/caption]
En 2000 retornaron a Cacarica. Las emociones fueron muchas para todos, volver a navegar por sus ríos, reencontrarse con la naturaleza y fauna selvática y tan familiar para ellos, pero contrastado con lo que estaban viendo: bosques talados y mucha madera que bajaba por el río, algo que les hizo reflexionar que los tres años de desplazamiento fueron duros para ellos y para su tierra. Nada estaba igual, pero tenían claro que juntos de nuevo, campesinos y tierra, la vida volvería a brotar y el paraíso que es esta zona del país volvería a serlo, pese a que la resistencia a la violencia no había acabado.
“Fue como volver a la libertad”, con estas palabras resume el retorno Jaheira, que recuerda la felicidad que supuso volver a ver su querido río y bañarse continuamente mientras jugaba con sus amigas.
[caption id="attachment_7410" align="alignnone" width="683"] “Fue como volver a la libertad”, con estas palabras resume el retorno Jaheira.[/caption]
El camino de resistencia comenzó, (y continúa hasta hoy), con la creación de las Zonas Humanitarias: Nueva Vida y Nueva Esperanza en Dios, en las que se prohíbe el ingreso a cualquier actor armado legal o ilegal.
Noelia Vizcarra y Bianca Bauer