El sábado, temprano en la mañana, cinco botes con alrededor de 80 personas salieron del waffe de Turbo con destino a la Zona Humanitaria Nueva Esperanza en Dios, en el Cacarica. Tras cruzar el Golfo de Urabá, las embarcaciones se adentraron por el primero de los 16 brazos del río Atrato que desembocan en el Golfo. Poco después, llegó la parada para desayunar, antes de afrontar el largo camino que quedaba por delante, en Bocas del Atrato. El menú: anchoa frita, recién pescada, con patacón.
Una vez recargadas pilas, las pangas (lanchas) comenzaron a navegar río Atrato arriba, dejando atrás pequeños pueblos de pescadores, de coloridas casas palafíticas asentadas a la orilla del río y, en algunos de éstos, los niños saludaban mientras se lanzaban al agua. En Travesías -Puente América, lugar donde está prevista la construcción de un futuro puente de la carretera Panamericana, (este es el tramo que falta para unir Alaska con la Patagonia), dejamos el Atrato para tomar uno de sus afluentes, el río Perancho. A los pocos minutos de navegación, el retén de la Armada Fluvial, nos comunica que no podemos seguir porque hay combates más arriba del río. Las pangas retornan a Puente América mientras los pasajeros autóctonos del Cacarica rumorean nerviosos que quizás sean combates entre neoparamilitares y Ejército.
En las primeras semanas de febrero, los habitantes de la región habían denunciado la entrada de al menos 600 paramilitares al Bajo Atrato chocoano y, según El Espectador, a raíz de esto el Gobierno envió a esta zona 4.000 soldados[1].
Las brigadistas, Katrine y Aurore, inmediatamente llaman la casa de PBI en Aparatadó para solicitar que los compañeros realicen nuevas llamadas a las Fuerzas Militares (de Tierra y a la Armada) que operan en la zona, pidiendo mayor información de qué está ocurriendo pasa conocer cómo es la seguridad de la zona. En las llamadas de la mañana, previas a la salida de las pangas, ningún mando informó que hubiera combate alguno.
Una hora más tarde y tras realizar numerosas llamadas, parece que los combates fueron hacía unas horas y ya estaba la situación tranquila. Se retoma el viaje y en el retén de la Armada fluvial nos dan luz verde para continuar nuestro viaje a Cacarica.
Navegamos hasta el río Peranchito, un río cada vez menos caudaloso y cubierto de vegetación (helechales), que hacen la navegación cada vez más complicada. Los pangueros además tienen que ir esquivando los grandes trozos de madera, que hay en el río, tablas unidas que bajan por el río fruto de la tala de árboles y que son recogidos por los madereros más abajo.
Es verano y a pesar de que esta es la región más lluviosa del mundo, durante estos meses las precipitaciones son nulas. Las orillas del Peranchito están muy deterioradas (por la masiva extracción de madera, realizada durante décadas, puesto que los troncos se arrojaban por la orilla produciendo una masiva erosión de las mismas).
Cada vez avanzamos más lentos por el río y Marco, líder de Cacarica, va diciendo los nombres de las miles de aves que sobrevuelan el Peranchito: Cuervopato, Garzas, Martín pescador… reconoce todos con su nombre y también en el agua se dejan ver las tortugas, y babillas. Por un momento, la tripulación de la panga y los ocupantes, (la mayoría de ONG internacionales), nos olvidamos del conflicto armado y del pasado, maravillados por la belleza del lugar.
El caudal del río acaba desapareciendo, por la sequía, y llegamos a un lugar donde ya no pueden avanzar las pangas. Nos bajamos y con el intenso sol del mediodía caminamos el resto del trayecto hasta nuestro destino. Dos horas más tarde llegamos, quemados y exhaustos a la Zona Humanitaria Nueva Esperanza en Dios, Cacarica.
[caption id="attachment_7307" align="alignnone" width="1200"] Entre 2001 y 2002, la comunidad retornó con 750 niños y niñas a Cacarica.[/caption]Estamos aquí para conmemorar los 20 años de la Operación Génesis, operación que realizó el Ejército junto con los paramilitares y que provocó el desplazamiento de 3.500 habitantes de la región. Pero el evento fue más allá de rememorar los tristes sucesos de las muertes, torturas, hacinamientos y humillaciones que sufrieron, había que celebrar las pequeñas victorias que han conseguido a lo largo de estos años y que han ayudado a que las comunidades pueden seguir viviendo en este bello lugar: el retorno, la titulación colectiva de su tierra, la creación de las Zonas Humanitarias que prohíben la entrada de actores armados, el General Rito Alejo del Río condenado a 25 años de cárcel por el asesinato del campesino Marino López o la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado colombiano porque no protegió a la comunidad.
Durante el fin de semana compartimos con la comunidad, hubo una marcha nocturna con velas y antorchas bajo un cielo estrellado, conversatorios con líderes de lugares lejanos que también han vivido la violencia y resisten en sus tierras, y un torneo de futbol para rendir homenaje al campesino Marino López que fue torturado y luego de asesinarlo, sus victimarios jugaron al fútbol con su cabeza.
[caption id="attachment_7326" align="alignnone" width="1200"] Durante el torneo de futbol la comunidad rindió homenaje al campesino Marino López que fue torturado y luego de asesinarlo, sus victimarios jugaron al fútbol con su cabeza.[/caption]Para la gente de la Zona Humanitaria este fin de semana también fue una celebración porque es posible pasar de una memoria que se puede considerar de sufrimiento a una en proyección de un nuevo tipo de vida que reconoce lo que pasó pero mira hacia delante con vivacidad. Para Marco, estos 20 años han sido de mucha impunidad, pero asegura que la comunidad tiene la esperanza de que algún día se haga justicia.
Noelia Vizcarra y Bianca Bauer
Nota de pie:
[1] El Espectador: La herencia paramilitar a 20 años de la operación Génesis, 19 de febrero de 2017