Entre el 15 y el 20 de julio de 1997 llegó a Mapiripán (departamento del Meta) un grupo de unos cien hombres que formaban parte del grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para cometer una de las más horribles masacres que marcó profundamente la historia de este municipio y de Colombia, donde al parecer hubo conocimiento del Ejército y por la cual hay condenado un general de las Fuerzas Militares. Muchas de las víctimas de esta masacre se desplazaron por miedo a permanecer en el territorio y desde entonces no habían vuelto a su municipio, ese que, a pesar de los años y el horror, no olvidan[1].
Emprendimos un largo viaje desde Bogotá con el objetivo de llegar por carretera a Mapiripán para los eventos planificados para la conmemoración de la masacre, aunque decir por carretera es mucho decir ya que pasamos trece horas por una trocha por la que en muchas ocasiones era imposible transitar. A pesar de ello, la emoción se respiraba en el ambiente. Fueron muchos los actos de memoria que se realizaron durante el camino, momentos de reencuentro entre algunas de las víctimas y con su tierra, pero también con sus recuerdos y con el dolor que comparten. Fueron momentos de confesiones, momentos de expresar vivencias espeluznantes que encogían el corazón de cualquier ser humano pero al mismo tiempo fue una experiencia muy emotiva tanto para las víctimas como para aquellas personas que tuvimos la oportunidad de vivirlo y compartirlo con ellas.
El acto institucional tuvo lugar en la mañana, el cual destacó por grandes ausencias como la de la gobernadora del Meta y la del Director Nacional de la Unidad de Víctimas así como por la polémica propuesta inicial de actividades para la conmemoración[2]. En la tarde, fue el espacio para las víctimas donde se dieron distintos espacios en los que ellas pudieron expresar sus sentimientos los cuales acabaron reflejando a través de la pintura en una sábana blanca a modo de cronología (pasado, hechos, presente, futuro) estos veinte años y como desean ver el futuro para su municipio. Para finalizar, se realizó “la camita del silencio”, un recorrido con velas por las calles de Mapiripán en honor a las víctimas que fueron asesinadas durante esos cinco días del año 1997 en la que las víctimas junto a organizaciones como la Comisión de Justicia y Paz (Cijp), el Colectivo de Abogado José Alvear Restrepo (Ccajar) y Humanidad Vigente, todas ellas organizaciones acompañadas por PBI y que acompañan desde hace años a las víctimas, rompieron su silencio para gritar:
¡Veinte años y no los olvidamos, cada día los recordamos! ¡Ante el olvido y la impunidad, memoria con dignidad! ¡Que no se olvide, que no se repita!Además, durante esta caminata, se realizó una parada en las orillas del río Guaviare (frontera natural entre el departamento del Meta y el departamento del Guaviare) por su fuerte significado en esta masacre ya que muchos de los cadáveres de las personas asesinadas fueron tirados al río, tal y como cuentan las víctimas. Fue un acompañamiento emocionalmente duro donde por más que le cuenten a una lo que ocurrió, no se puede llegar a imaginar tanto horror, tanto dolor. Sin embargo, también fue un acompañamiento lleno de aprendizajes pues en medio de todo el sufrimiento y la violencia vivida afloran sentimientos de esperanza y reconciliación para que, a través de la memoria, la verdad, la justicia y las garantías de no repetición, se pueda construir un país lleno de paz.
Lara Pardo Fernández