Este diciembre llegaron siete nuevas brigadistas para acompañar a las organizaciones defensoras de derechos humanos. Las hemos esperado con muchas ansias en estos extraños tiempos de paz y de muerte.
Dagoberto viajó dos días desde su hogar en el río San Juan hasta el Urabá. Es la primera vez que visita estas tierras. Viste una camiseta negra marca Adidas y al sonreír revela sus dientes grandes y chuecos, y de buen humor dice “Y lo que nos falta por recorrer”.
En este marco de acciones y de manera extraordinaria, nos permitimos realizar esta comunicación pública, frente a la grave crisis humanitaria y de desprotección que viven las comunidades actualmente en los territorios, lo que incluye los enfrentamientos entre actores armados ilegales1, las masivas amenazas de muerte2 y los desplazamientos forzados generalizados3 en las últimas semanas en diferentes regiones del país.
En las cuen
El rostro de María Ligia ha sido pintado por muralistas sobre las paredes de las casas de la Zona Humanitaria que ella misma ha ayudado a construir. Esta lidereza quien recibió amenazas esta semana vive en la cuenca del río Curbaradó (Urabá). ¿Quién es esta mujer? Aquí cuenta algo de su historia:
«Yo llegué a estas tierras con mi marido en 1959; tenía diecisiete años.
Después de un mes y medio volvemos a la vereda de La Madre Unión, en la cuenca de los ríos La Larga y Tumaradó. La gente nos recibe con la misma calidez con la que lo hicieron el día de la conmemoración de su retorno[1], cuando recordaron las dificultades que han tenido que superar en los últimos años y celebraron sus logros, la vida y la dignidad de poder cultivar sus tierras.
Hoy, los rostros son solemnes. Algo muy triste acaba de pasar.
Colombia es uno de los países con los indicadores más altos de violencia contra la mujer en la región. La violencia sexual ha sido utilizada como un arma contra las mujeres, tanto dentro como fuera del contexto del conflicto armado; un crimen que en la mayoría de los casos queda impune.
En el remoto municipio de Mapiripán en las sabanas orientales de Colombia, el asentamiento indígena “Jiw” está en ebullición. Hoy empieza el primer torneo de fútbol femenino entre pueblos nativos Jiw y Sikuani, ideado por las mujeres Jiws y organizado por la organización Comisión Interiglesial de Justicia y Paz (Cijp) acompañada por PBI. Las condiciones meteorológicas son perfectas: un cielo azul que cruzan nubes blancas cuyas sombras pasan a cada rato como caricias frescas. Los equipos son de cinco jugadoras más dos suplentes.
La gente llegó con globos blancos que tenían mensajes escritos como «no te olvidaremos», «en paz descansa», «paz», y su nombre. El día era nublado y llovía mientras caminábamos hacia la iglesia y luego al cementerio. Muchos líderes asistieron al entierro, y nueve vehículos de la Unidad Nacional de Protección siguieron a la gente y a una buseta que llevaba a Mario.
Urabá siempre ha sido comparado en el imaginario con un territorio sin más ley que la del más fuerte, marcado por una violencia endémica y disputado por los actores del conflicto armado. Y a pesar del proceso de paz en vía de implementación, los ataques no cesan en esta región, especialmente contra quienes tienen un fuerte papel en la restitución de tierras.